18 horas del miércoles. Jefatura.
Y Monroe volvió a interrumpir mi intimidad.
¿Qué ocurre ahora inspector?. Le pregunté.
Creo que tiene visita... visita importante. Contestó Monroe a la vez que levantando las cejas, miraba hacia fuera.
¿Se puede saber de quién se trata, o cree inspector que debo enterarme por otro procedimiento?.
¡Oh!... perdón comisario. Se trata de nuestra hermosa alcaldesa. Al decirlo hace una imperceptible gesto de complicidad; a lo que le hago ver mi desaprobación, y …
Esfúmate Monroe. Le digo sin esperar respuesta, aunque de nada sirve.
Siempre a sus órdenes. Adelante excelencia. Dice carraspeando Monroe, sin dejar expedito el paso ocupando este, por lo que Joan Roberts debe esquivar al omnipresente inspector.
Joan, ya dentro de mi despacho, me saluda cortésmente mientras espera que Monroe se marche. Con una fulminante mirada mía consigo que desaparezca.
Por favor siéntese, le pido indicándole la silla más confortable de mi oficina. Joan sonríe ligeramente y acepta sentándose.
Allí la tenía, frente a mí, hermosa como una hermosa diosa de ébano. Sus bellos ojos negros, rodeados de unas perfectas y cuidadas pestañas, hacían que cualquier preocupación anterior careciese de importancia. Cruzó sus largas e increíbles piernas, de esa manera tan particular con que ella lo hacía.
Gracias por tu atención, ¿serías tan amable de darme fuego? Me pidió sacándose un cigarrillo del paquete que ya sostenía en sus manos.
Claro. Le dije ya con el mechero en la mano, en tanto que le acerqué un cenicero.
¿Qué le trae por aquí excelencia? Le pregunté antes de encenderme el cigarrillo que me acababa de ofrecer.
Mi visita de hoy, desafortunadamente, es de carácter oficial.
Ya... comprendo. Le dije, suponiendo que ya le habrían alertado de la presencia del Carnicero. Pocas veces la comunicación entre el departamento de policía metropolitana y el concejal encargado de la seguridad ciudadana era excesivamente fluida, y esta era una de esas raras ocasiones.
Me han comunicado, dijo endureciendo algo su dulce mirada, que un peligroso terrorista ha sido detectado en el aeropuerto. ¿Es correcta la información?. Me preguntó directamente apagando de forma parsimoniosa su cigarrillo recién encendido.
Cierta al cien por cien, me lo confirmaron hace apenas dos horas, y veo que las malas noticias vuelan. Apagué el cigarrillo, me recompuse automáticamente la corbata y aparté el cenicero de nuestra vista.
Sonrió ante mi poco disimulado nerviosismo, y haciendo una especie de insondable mohín, dijo: eso se debe sin duda alguna a las últimas normas que he mandado poner en práctica para este evento. De esta forma, continuó, como máxima autoridad civil del área metropolitana puedo estar informada de forma inmediata, de cualquier cosa que pueda tener que ver con la buena marcha del congreso.
Ya veo que sus órdenes se cumplen a la perfección, pero se ve que alguien se olvidó de hacérmelas saber. Esa soy yo, me interrumpió, quería comunicártela en persona. Se levantó, dio un paso hacia mí, lo que me obligó a levantarme yo también, y siguió diciendo: Ricardo... formalidades aparte, esta reunión internacional es muy importante para mí, para nuestra ciudad, para la nación, y por supuesto para el mundo entero. No puedo, prosiguió a apenas medio metro de mí, o mejor no podemos permitir que ningún malnacido terrorista ponga en jaque su correcto devenir. Esta última frase la dijo con suavidad pero de forma contundente.
Estoy de acuerdo... excelencia. Dije notando su cálida presencia a centímetros escasos.
Tutéame por favor, siempre que estemos solos, de momento. Silabeó con deliberada dulzura.
Como quieras Joan, contesté como pude, mientras mis pulsaciones subían de forma acelerada.
En cuanto al motivo oficial de tu visita, continué, puedes estar segura que abortaremos los planes de ese desgraciado asesino. Tengo en ello un interés muy personal, no pararé hasta detenerlo o mandarlo al infierno de donde nunca debió salir.
Estoy convencida de que lo harás. Su aliento podía confundirlo ya con el mío. Pero lleva mucho cuidado, no quiero perder a mi más querido policía.
Joan, nos conocemos desde antes de que llegaras a la Alcaldía, y aunque nunca me he atrevido a exponerte mis sentimientos, pensé que podrías tener una ligera idea de ellos. Siempre he esperado que no me vieras como un colaborador más, y por tu cálida cercanía veo que no me equivocaba. Ya no había vuelta atrás, ella había dado pasos, yo la enfrentaba con osadía y esperanza. Siempre he sido un bulto con ellas, ahora solo esperaba no haber metido la pata con la mujer a la que hacía tiempo deseaba. Pronto lo sabría, las cartas estaban echadas.
¿Sabes Ricardo?... soy una mujer como cualquier otra, me he imaginado muchas veces cómo te declararías, pero lo cierto es que no pensé que lo harías tan mal. Volvió a hacer ese mohín que tanto me azoraba, y prosiguió sin dejarme contestar. Cuando todo esto acabe, y espero que sea bien, desearía que rectificases en tu declaración... dejó transcurrir deliberadamente un corto pero agónico espacio de tiempo para continuar diciendo: me gustaría oírla más claramente expresada y en un lugar más romántico. Su dedo índice se posó sobre mis labios que ya no sabían articular palabra, cogió su bolso sin esperar respuesta, y con una ligera sonrisa, abandonó la oficina.