Elizabeth amor al contado.
Ella es una mujer, casi niña, de la calle, de tantas de las que aman sin amar y viven sin vivir; apenas si acaba de cumplir veinte años, no los aparenta, aún no está ajada, apenas ha sido maltratada.
Fue arrastrada a la prostitución como tantas, se enamoró de quien no debía. Sí que hubo un tiempo feliz, pero fue tan corto que a menudo cree que nunca existió. Después del primer aborto vino la iniciación, por supuesto la heroína y la coca fueron su conductor. Cuando por fin comprendió que su amor, el hombre de su vida, era en realidad solo su chulo, era ya demasiado tarde para volverse atrás.
Ella recuerda cuando, con todo el valor que aún le quedaba, intentó huir y marchar, correr a su pequeño pueblo donde todos se llamaban por su apodo. Y tomó el autobús; pero su amo no podía permitir que escapara, en la primera estación la alcanzó.
Mira nena, si me dejas haré que la vida se te haga cuesta arriba allá donde quiera que vayas. Luego le mostró aquella colección de fotos, en donde con total claridad se la veía realizando la más vieja profesión, con hombres diferentes, jóvenes y mayores casi ancianos, negros y chinos; haciendo la calle, rodeada de otras como ella, donde no cabía duda alguna de lo que ejercía. Tenía el mal nacido hasta fotos suyas inyectándose una dosis de mierda, otra en la que se la reconocía colocada y en alguna tirada en cualquier rincón de una miserable habitación. Fotos y más fotos, saliendo y entrando de una clínica abortiva. Y hasta una copia de la ficha policial, conseguida a través de un poli corrupto, de su paso por comisaría en la que se especificaban los cargos de prostitución en lugar público.
La vida es tan injusta; ella solo quería encontrar al hombre de su vida, para eso vino a la gran ciudad, en cambio solo halló amor al contado.
Ya solo le quedaba la esperanza de que el terrible virus del sida o una sobredosis pusieran punto y final a su desgraciada existencia. Deseaba, con toda la poca dignidad que aún le restaba, tener fuerzas para de una forma u otra acabar pronto con su vida; no quería seguir siendo el papel higiénico que los hombres más degenerados utilizaban para limpiar sus frustraciones.
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