viernes, 1 de marzo de 2019

Capítulo 24º. 1ª parte.



 Malditos txakurras, nombre con que llamaban a los policías los españoles de la ETA a los que forme en explosivos durante mis años en Belfast. Mierda, seguro que me han visto saliendo del auto. No se lo han pensado mucho para poner el cerco. He de prepararme, no se saldrán con la suya estos hijos de ramera del desierto. Vaya, pienso en voz alta, se me pegó la mala uva y las maldiciones de Al Assad. Desde luego que esto es un incordio, pero sin problemas, aún no he hablado yo.
 Sin perder tiempo comienzo por cambiarme de ropa, me pongo ropa informal de calle; luego desmonto las cargas explosivas que ya tenía preparadas para el Congreso. Que jodienda, me digo, tener ahora que desmontar mi sinfónica. Trato de no perder un minuto, estos jodidos pueden intentar entrar en cualquier momento.
 Hace casi una hora que he acabado de reorganizarme, estoy preparado para recibirles desde hace ya demasiado rato. Siguen ahí abajo. Agazapados y fuertemente armados. A lo mejor piensan, estos estúpidos malnacidos, que me voy a entregar.
 La tele de algún vecino que está puesta a todo volumen habla de un asedio policial en la calle diecinueve.
 Parece ser que los hombres de la brigada anti terrorista tienen acorralado a un elemento peligroso, a juzgar por el importante despliegue policial. De forma sorprendente, continua el reportero de la tele, el despliegue abarca también a la calle veinte, la calle paralela y justo detrás del edificio cercado, aunque allí el despliegue es mínimo. En cuanto a las calles limítrofes, la normalidad es absoluta. Tal y como les informa este reportero, los agentes que acordonan el edificio están muy concentrados y fuertemente armados, ni una mosca podría pasar entre ellos sin ser abatida.
 Esto es una exacta e interesante bienvenida información. Me digo sonriendo.
 Pasa otra hora; procuro evitar que afloren los nervios; pienso en mi tiempo pasado, recuerdos de acciones vividas en las que salí con bien cuando todo parecía perdido. La voz del televisor me devuelve de nuevo a la realidad, al momento.
 Ahora mismo, él que desde mi posición, parece ser el comisario Martín, baja de un enorme furgón negro, sin duda se trata del vehículo espía de la policía, se dirige al centro del cerco que está protegido por los coches patrulla.
 Miro a través de la ventana y compruebo que es tal y como dice el de la tele. Martín, el primero para ti. Le apunto con mi fusil. Veo como se descubre ligeramente; lleva un megáfono en la mano izquierda, y en la derecha porta desenfundado un revólver que apunta al suelo.
 Un frío sudor recorre mi espalda; de pronto una extraña sensación me previene de algo malo. Miro a mis hombres; algunos son apenas unos críos. Noto sus cuerpos tensos, sus manos ávidas, algunos, aunque la temperatura no es elevada, sudan. Levanto el megáfono y digo.
 Escucha amigo, te tenemos acorralado. Entrégate. Hasta los alegres  gorriones que minutos antes todo lo invadían con sus continuos trinos, callan. Observo a Kolleman que mantiene una intrigante sonrisa. Alguien me llama, me separo un metro escaso de la protección que me brindan los coches, es el técnico del furgón espía, me hace el clásico gesto de que me agache. No lo consigo hasta después de recibir el impacto de una bala, afortunadamente las demás balas pasan por encima. Un rasguño sin importancia me ha rozado el hombro, insuficiente para dejarme fuera de juego, pero suficiente para que Kolleman entre.
 Comisario... Grita Kolleman desde su posición. Ahora son mis soldados los que darán cuenta de ese criminal. El silbato de asaltos sonó. Kolleman y sus hombres, sus soldados, se pierden por la puerta de entrada al edificio.

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