viernes, 1 de marzo de 2019

Capítulo 24º. 3ª parte.



 Y con él llegó la desolación. Una llamativa cabecera para una terrible noticia. ¿Qué te parece comisario?. La voz de Manzano me recordó que los muertos se encontraban ahora a merced de los buitres carroñeros de la tele y la prensa.
 No voy a maldecir delante de los cuerpos aún calientes de los chicos. No va a haber reportaje alguno de esta matanza, voy a ordenar que se os  confisque todo el material gráfico. Manzano protesta recordándome nuestro trato, pero no puede impedir que, a mi orden, los muchachos empiecen a requisar carretes y vídeos. La consiguiente bronca con los periodistas se eleva de tono. Algunos chicos de la prensa amenazan enfurecidos con toda clase de denuncias. Esto es un atentado contra la libertad de prensa de la Primera Enmienda a la Constitución. Brama uno de la tele.
 Me importa un huevo lo que diga la Constitución y la jodida Primera Enmienda, pero las imágenes que ustedes han grabado, son consideradas ahora mismo como pruebas de un hecho criminal, que ha costado la vida a muchos agentes de policía. Esto atenta contra la seguridad del Estado, quedan requisadas sin más protestas, o acaso me obligarán a detenerles por desacato a la autoridad. Aviso, corto el rollo y trato de entender las causas de la tragedia.
 Los bomberos ya han sofocado el fuego; empiezan a desescombrar; empiezan a sacar los cuerpos sin vida de los soldados de Kolleman.
 Afortunadamente sabemos cuanta gente hay enterrada entre cascotes y objetos de todo tipo. Me dice con cara apesadumbrada el capitán jefe de los bomberos. Le miro con cara de póquer y con un gesto, hago una vaga expresión de conformidad.
 Unos treinta minutos después, los cadáveres de diez y nueve hombres, yacen alineados y tapados con grandes bolsas de negro plástico a lo largo de la ancha acera. Los gorriones, inopinadamente reinician su loco y alborotado trinar. El sol comienza a molestar con su rayos ardientes, como si no hubiésemos recibido un castigo suficiente, ahora hasta nuestro Dios parecía aliarse con el mismísimo Diablo.
 El agente Joan se acercó a mí. En su cara la incredulidad era todo un poema. Sin duda, en su interior trataba de rebelarse contra los hechos, contra las consecuencias de estos que todos conocíamos, ahora la intuición se había convertido en dura realidad.
 Con voz quebrada, Jonatan dice. No sé si darle las gracias.
 No me las des. Te preguntarás ¿por qué te has librado de la muerte?. No debes hacerlo; en cualquier caso no era tu momento. Jonatan, con la cabeza baja y la mirada perdida, asintió con la cabeza hasta dar con su barbilla en el peto anti balas polvoriento que portaba.
 Si quieres hacer algo por tus compañeros caídos, debes sobreponerte, mantenerte firme y sereno, y estar preparado y dispuesto...
 Quiero que sigas conmigo; y escucha  hijo, sé que ese asesino hijo de puta no va a tardar en caer en mis manos. Estoy plenamente convencido de que el y yo nos volveremos a ver. En ese momento, voy a necesitar que el mejor tirador selecto esté cerca cuando eso ocurra. Quiero que ese seas tú, y espero que cuando lo tengas dentro de tu mirilla no le des más opciones y acabes con su vida.
 Cuente con ello señor comisario, lo haré por ellos... y por usted.
 Cuando se han llevado a todos los muertos, consiento que me vea un médico. Me hace una pequeña cura y diagnostica.
 Como se habrá dado cuenta se trata solo de un pequeño rasguño. Con la cura que le he hecho tendrá más que suficiente. Tuvo la suerte de su parte, comisario.
 Gracias, pero ya le dije que era poca cosa.
 Ya curado, me dirijo a donde están los hombres, que debajo de un árbol combaten el calor.
 Iros a descansar un poco a casa. Ahora poco podemos hacer, solo esperar. Esperar de nuevo a que dé un paso en falso. Les doy libre hasta las siete de la tarde, después de ese breve reposo, volveremos a velar nuestras armas.
 Cuando veo marchar a los muchachos puedo recuperar mi flema. Comienzo el camino de Jefatura, decido hacerlo a pie, andando. Paso al lado de una pequeña iglesia. Un enorme Cristo agoniza clavado en la cruz. Mira con ojos llenos de perdón por sus verdugos.

Capítulo 25º.



 La cosa ha estado a punto de irse al carajo, esta vez casi me trincan. Creo que he subestimado a ese jodido comisario. De momento lo que más me preocupa es que debo de poner a buen recaudo los explosivos; más tarde ya pensaré algo para mi buen amigo Martín. Me temo que la ráfaga fue más de advertencia que certera. Siempre se me ha dado mal eso de disparar. Sonrío y pienso que los explosivos son el mejor amigo de un hombre, sin duda son mucho más efectivos que las balas.

 Buenas tardes a toda la costa este, son las dieciséis horas. Les habla Dirk Williams de la Cadena Nacional de Emisoras de Radio Libres. Nos encontramos en la escaleras que dan acceso a la entrada principal de la Jefatura de la Policía Metropolitana de nuestra bella Capital del Estado.
 Decenas de periodistas nos repartimos por la amplía escalinata; permanecemos atentos y a la espera de que algún alto cargo policial salga para hablar con los reporteros que esperamos ansiosos conocer que diablos ha ocurrido hoy en nuestra ciudad.
 ¿Sí?, un momento. En efecto, me avisan de que el actual Comisario en Jefe del Grupo Operativo Anti terrorista, se dirige hacia nosotros. Puedo confirmarlo, el comisario Martín se aproxima.
 El del micrófono se interpone en el camino de Martín, obligando a éste a detenerse. Sin darle tiempo a reaccionar, le pregunta a saco.
 Señor comisario... ¿Puede decirle a los radioyentes, qué ha ocurrido exactamente esta tarde sobre las 14:30 en la calle 19, hace apenas hora y media?.
 Creo que ya lo han visto ustedes mismos. Además no tengo nada que decir al respecto.
 El pueblo americano tiene derecho a saber que ocurre en sus calles, tiene derecho a saber la verdad. ¿Qué responde a ésto?. Sepa que estamos en el aire, hay millones de ciudadanos que esperan respuestas.
 Me remito a mis superiores. Muchas gracias. Digo intentando zafarme de la jauría de reporteros que inmisericordes me acosan.
 Se comenta en los mentideros que un afamado terrorista ha sido el causante de la tragedia. Y ya hay quien achaca la masacre de policías a la inoperancia del dispositivo por usted montado. ¿Qué tiene que decir? ¿Lo confirma o lo desmiente?.
 Esta claro que ustedes no tienen respeto alguno por las víctimas y la sangre derramada en defensa de nuestra ciudad y de nuestra nación.
 Insisto, ¿confirma o desmiente?.
 Es usted muy insistente y con poco tacto, pero ya que persiste y desea que hable, lo haré. Me ajusto la corbata con un gesto automático, lo de hablar con los de la prensa nunca me gustó demasiado.
 En cuanto al chisme del terrorista, le contesto que es un rumor, solo un rumor y más falso que el beso de Judas. Hace unos días nuestros servicios de información, detectaron movimientos de armas y explosivos, destinados a grupos de delincuentes organizados. Por desgracia una reacción en cadena, provocada por la explosión controlada de los agentes de asaltos, bajo el mando del fallecido Capitán Kolleman, fue la causante de la desgraciada secuencia de hechos. Por la cara de los periodistas veo que no se tragan mi historia, aún así está claro que les he contado algunas verdades y … Continúo. Como podrán comprobar por mi declaración oficial, a su disposición en breve tiempo, la masacre no fue obra de ningún terrorista como las cadenas sensacionalistas están pregonando; tampoco fue producto de la incompetencia policial.  La desgracia de esta mañana/tarde ha sido unicamente producto de la fatalidad y de la mala suerte.
 Me deshago de la camada de charlatanes y me pierdo por el interior de la central. He de ver al al Jefe Superior, posteriormente me tocará informar personalmente a Joan.
 Odio rellenar papeles en este momento, pero estoy atado a las normas que no puedo eludir por muy duro y cuesta arriba que se me haga. Ahora mismo mi cabeza es un revoltijo de sensaciones, de imágenes y de profundo dolor.
 Lo peor vendrá luego con las viudas, las madres y los hijos. Podía palpar el dolor, volvía a sentir los trágicos momentos del pasado, un pasado que continuamente se convertía en presente.
 Algunos policías me daban su mano en clara señal de su apoyo y de su comprensión, otros solo se apartaban dejando expedito mi camino.

Capítulo 26º.



 Quince horas del jueves. Calle 12.
 Me alejo de la zona del enfrentamiento apresuradamente, sin volver la vista atrás; me cruzo con algunos vehículos policiales, ambulancias y bomberos que con lanza destellos encendidos y sirenas aullantes se dirigen velozmente al lugar de donde huyo.
 En la calle doce recojo uno de los automóviles que los chicos de la embajada han dispuesto para mí en distintos lugares de la ciudad. Con el vehículo me dirijo a las afueras de la ciudad, busco un lugar apartado y tranquilo. En la carretera de Monte Alto encuentro el lugar perfecto; entre unos enormes árboles, en un recodo de la calzada, desde donde se tiene una vista privilegiada de la enorme ciudad, me dedico a montar de nuevo los explosivos. El trabajo me ocupa casi media hora. Pienso que este trabajo se está convirtiendo en un puto cachondeo, con el montar y desmontar los  artefactos.
 Una vez los tengo de nuevo listos y operativos, arranco el auto y me planto de nuevo en el centro de la ciudad. Después de conducir un largo rato, aún bajo los ecos distantes de las sirenas de emergencia, aparco en una calle cercana a un aparcamiento público próximo al Congreso.
 Desde allí y a pie me dirijo al aparcamiento, donde tengo reservado otro auto. Con el nuevo vehículo y los explosivos a buen recaudo, busco la vivienda de emergencia que los libios han alquilado para mí. Cuando me encuentro frente al edificio, donde se haya el piso, veo como unos agentes uniformados salen del portal. Aunque parecen tener prisas, esperan, uno mira repetidamente su reloj de pulsera, aparecen otros dos agentes, y esto empieza a oler malamente. De pronto veo a una cría pequeña que sale del portal gritando “papá”, “papá”. Se abalanza sobre uno de los polis, que la coge en alto, le da un achuchón y la besa.
 Arranco de nuevo, y conduzco mi auto alejándome de la casa, de los polis y blasfemando en beduino. Malditos inútiles, mira que buscarme alojamiento en un nido de txakurras. Mierda ese era mi último refugio, ahora deberé de buscarme la vida por mi cuenta y riesgo. En fin, quien se acuesta con niños amanece mojado.
 Doy vueltas por una zona de chalets, la mayoría tienen apariencias calaras de estar habitados en esos momentos, otros por el contrario denotan su condición de segunda vivienda, y se ve que están cerrados a cal y canto.
 Pienso en la posibilidad de introducirme en uno de los segundos, pero deshecho de inmediato la ocurrencia ante la segura posibilidad de que algún vecino se percate de ello. Cuando estoy a punto de abandonar la zona y dirigirme a otro lugar de la extensa ciudad, veo un cartel.
 Se precisa jardinero, alojamiento, comida y sueldo. Estupendo... Ni a propósito. Detengo el automóvil y me apeo. Arranco con suavidad el cartel, me introduzco en el jardín que carece de verjas y presenta un aspecto de evidente abandono. Me hago ver por los de la casa, un bonito y gran chalet, mirando distraídamente las flores que amenazan con marchitarse.
 Bonitas rosas, ¿no le parece, joven?. Una señora de mediana edad se ha acercado hasta donde me encuentro. Hago como que me ha sorprendido. Me vuelvo torpe y humilde, excusándome le confirmo su apreciación sobre los cuidados macizos, aunque le advierto que las rosas, y más en esta época casi estival, precisan mucho riego.
 Y abundantes cuidados, ahora eso sí, la rosa es la flor más apropiada para este clima, le razono haciéndome pasar por entendido, pero alabando su trabajo.
 Eso es lo que yo pienso. Por cierto. Me dice. ¿Acaso no estará interesado por el trabajo?. Veo que ha cogido el cartel. El cual mantengo en mis manos.
 ¡Ah!. Si claro... Me interesa. Le confirmo, con cara sonriente. Me presento. Me llamo Jhon Smith.
 Encantada, yo soy Louise Simpson, y si conoce el trabajo, podemos hablar de las condiciones laborales.
 No se preocupe de eso señora. Por favor. Interrumpe. Llámeme Louise. Sigo. Mire Louise, téngame un par de días a prueba y si, pasados nos sigue interesando a ambos, hablaremos de las condiciones.
 De acuerdo, trato hecho. Me alarga la mano y se la estrecho.
 No se arrepentirá. Le digo con una fingida sonrisa. Reconozco que a veces soy un diablete cínico y embustero, pero me encanta jugar con quienes me rodean o encuentro. En principio descarto mancharme las manos con la sangre de esta gente, mañana me habré ido y hoy con esta noche dispondré de un refugio seguro y barato.
 Espero que le agrade el trabajo y dure más que los otros jardineros. Puede instalarse en aquella pequeña casa. Me dice señalando una apartada construcción.
 Muchas gracias señora, digo Lousie. Empezaré mañana, y a primera hora revisaré las herramientas y los productos que tengan, por si tengo que comprar algo en la ciudad; ahora me gustaría descansar un poco, llevo dos días de viaje.
 Muy bien, le comprendo, puede hacerlo, descanse... Luego a la noche puede acercarse a la casa principal, le presentaré a mi marido y a la cocinera, que de paso puede prepararle algo de cena.
 Me despedí de ella, agradeciéndole su atención y me dirigí a la casa del jardinero.

Capítulo 27º.



 Diecisiete horas, treinta minutos del jueves. Ayuntamiento.
 Llego al hall del despacho de Joan, nuestra alcaldesa. No me apetece en absoluto hablar con ella de muertes y masacres.
 Nada más verme la secretaria, se levanta de su mesa y me pide que:  Pase, pase, señor comisario su excelencia le está esperando. Me dice indicándome la puerta del despacho, de forma atropellada me acompaña hasta el quicio de la misma.
 Doy unos golpecitos con los nudillos en la maciza puerta que se encuentra entreabierta; puedo ver a Joan que levantando la vista y reconociéndome, dice.
 Pase comisario. Ella devuelve la vista al montón de papeles que abarrotan su mesa. Yo sin más preámbulos paso.
 Después de saludarla con corrección, Joan me devuelve el saludo y despide a la secretaria que me había seguido hasta dentro del despacho, rogándole que cierre la puerta al salir.
 Por favor Ricardo toma asiento. Me dice indicándome unas sillas aterciopeladas situadas en un agradable rincón de la amplia estancia.
 El despacho, a pesar de su carácter oficial y con un rancio sabor al pasado colonial de la ciudad, denota claramente el toque femenino de su actual ocupante. En la mesa que complementa el juego de cuatro sillas, en donde espero de pie a que Joan se acerque, está adornado con un bonito y sin duda frágil jarrón versallesco, coronado por un colorido ramillete de pequeñas flores silvestres.
 Siempre me han gustado las flores, no me privo de coger una de un encendido color rojo. Joan ve mi acción y sonríe tímidamente, recoge un poco los papeles que hojea, me pide que por favor tome asiento y se dirige hacia mí. Se sienta frente a mí, estamos muy cerca, tanto que sin esfuerzo alguno puedo sentir su respiración y oler su dulce y embriagador perfume. Me tomo mi tiempo para admirar la belleza de la mujer que me aturde con su presencia. Joan coge la mano con la que sostengo la flor, envolviéndola con las suyas, suaves y pequeñas pero firmes a la vez. La lleva, primero a su regazo, para recibirla, un instante después, en la calidez de la cercanía de sus rojos labios.
 Mal día para nuestra querida ciudad, mi comisario. Lo dice con sentimiento, suspira y su aliento cálido, escapa perezoso  entre nuestras manos.
 Malo, muy malo mi alcaldesa. Le digo remedando sus propias expresiones. Le entrego un sobre abierto, con el anagrama de la policía.
 ¿Qué es?. Pregunta.
 Ya sabes, son papeles, es mi informe de los hechos. Le contesto, entregándoselo.
 Si claro, trae. Lo coge. Ya lo leeré. Ahora dime ¿cómo te sientes tú?.
 Fatal, Joan querida, acabo de perder a dieciocho hombres y al loco de Kolleman.
 Ahora, más que nunca, debes detener a ese asesino malnacido.
 Joan acaricia suavemente mi brazo interesándose por mi herida.
 Me asusté cuando me informaron de que habías resultado herido.
 Como puedes ver no tuvo la menor importancia. Le digo.
 Me has de prometer, me interrumpe, que llevarás más cuidado en adelante. No me gustaría perder a mi policía favorito.
 ¿De veras, lo dices en serio?.
 Y tanto que lo decía en serio, aproximó sus labios a los míos, los unió decididamente y dejó que los sentidos, los suyos y los míos, fueran, poco a poco,  ampliamente compensados.

Capítulo 28º. 1ª parte.



 El dos cuartos es más grande de lo que parece por fuera. Hay un recibidor que es a la vez salón, tiene su televisor, una nevera pequeña, un microondas y algunos muebles, un pequeño dormitorio bien arreglado y con la cama hecha. Compruebo que las sábanas son limpias. El aseo, pequeño también, dispone de todos los elementos imprescindibles, así como de una variedad de artículos de limpieza y de aseo personal. Incluso atisbo a ver un frasco de colonia, y huele bien.
 Después de una ducha rápida me relajo encima de la cama. Poco a poco un agradable sopor me va introduciendo en el mundo de los sueños.
 Me veo en medio de una carrera por la vida, mi vida, huyo a través del monte perseguido por una jauría de perros; puedo oír mientras corro las voces de mis perseguidores entremezcladas con ladridos y jadeos. De pronto me encuentro ante un enorme precipicio, me detengo y horrorizado veo como algunos perros se encuentran muy próximos. No tengo salida.  Observo como un policía levanta su fusil y me encara con el arma. Siento las dentelladas de los sabuesos; caigo y ruedo por el suelo envuelto en un amasijo con los canes. Nos lanzamos al vacío.
 Un fuerte ruido me despierta. Abro los ojos, observo la habitación donde me encuentro, en principio se presenta extraña, empiezo a recordar, noto la presencia de un extraño.
 Señor Smith... ¿Está usted ahí?. Recuerdo que ese es el nombre que le dí a la señora Simpson. Me incorporo y salgo al salón/recibidor; un hombre de aspecto agradable y cara amistosa, se auto presenta como el señor Simpson.
 Albert Simpson. Me dice y alarga su mano en señal de saludo. Me dijo mi esposa que bajara a invitarle a cenar, si le parece bien. Veo que quedó dormido.
 Si... Sonreí. Vaya son más de las seis. Le dije mirando mi reloj de pulsera.
 Le debí despertar al caerse esta bolsa. La bolsa la había dejado encima de la silla que había puesto detrás de la puerta, y a propósito a fin de que se cayera y actuara a modo de alarma, por si alguien entraba. Y eso es justo lo que había hecho el señor Simpson al tratar de entrar en la casa.
 Automáticamente la recojo y aparto en un rincón, ahí está toda la artillería.
 ¿Qué diablos lleva ahí dentro?. Hizo un ruido a hierros.
 Nada importante. Le contesto. Solo unas cuantas herramientas de jardinería y para chapuzas.
 A pesar de que he alejado del tal Albert la jodida bolsa, en un descuido veo como la curiosidad es la madre de todos los metepata, y nunca sale gratis. Tengo que abalanzarme sobre el tipo que ya la está abriendo. Después de derribar lo me encargo de nuevo de la bolsa.
 Mierda, ya se complicó otra vez la cosa. Le pregunto al señor Simpson, que permanece pálido en el suelo, que cuántos son en la casa, y le advierto, con mi revólver de dos pulgadas del calibre 32 en la mano, que no dudaré ni un momento en acabar con su vida si me miente.
 La cocinera y mi esposa, junto conmigo somos los únicos habitantes de la casa.
 La cocinera... ¿Dónde duerme?.
 Duerme fuera, en su casa. Albert colabora, está acojonado.
 ¿A qué hora se marcha?.
 Dentro de un rato. Después de servir la cena. Creo que sospechará si no vamos pronto.
 Pienso que el tipo tiene razón. Sin dejar de apuntarle le ayudo a levantarse; le indico que se aparte hacia la puerta, cojo el silenciador del revólver y se lo pongo al arma.
 Ahora iremos sin hacer tonterías a la casa grande.
 ¿No será usted el terrorista ese del que hablan por la tele?.
 Bingo, siga adelante y mucho cuidado con meter de nuevo la pata, como puede ver la pistola lleva silenciador, le dejaré hecho un colador antes de que pueda alertar a nadie, y sin ruido alguno, ojo. El sudor perlaba la frente de mi rehén.
 Estamos a punto de alcanzar la puerta de entrada a la vivienda, cuando un enorme perro aparece de improviso. El sueño anterior se me representa, sin dudarlo un instante apunto con el revólver al animal y le descerrajo tres tiros. El bicho se retuerce durante breves segundos, y por fin se queda quieto. El hombre protesta.
 Dios mio, Nico es un animal inofensivo, solo quería jugar.
 Era.
 ¿Cómo?
 Digo que era, ahora está muerto. Odio a los perros, maldita sea, siga y calle. Recargo sobre la marcha el arma, no quiero más sorpresas. Le empujo para que siga adelante, le meto el cañón del arma en el costado, haciendo que se retuerza de dolor.
 Que mierda importa un perro, yo me preocuparía más en pensar cómo saldrán de esta, vamos muévase payaso.

Capítulo 28º. 2ª parte.



 Entramos en la casa y atravesamos el recibidor que conecta con el amplio salón a través de un pasillo que acaba en una bella puerta de madera y acristalada con hermosos relieves. Frente a una apagada chimenea hay un juego de tresillo con una amplia pero baja mesa que combina a la perfección con el sofá y los sillones. Sentada en uno de ellos se encuentra la mujer de Albert, la señora Simpson. Nos ve y se levanta sonriendo, todavía no se ha apercibido de que apunto a su marido con una pistola.
 Bonita decoración. ¿La eligió usted misma?. Me gusta aparentar normalidad, ser agradable y exhibir una buena educación; es muy excitante.
 ¡Oh, no!. Todo es obra de un decorador profesional; je, je, claro... Aunque yo puse algunos detalles. Dijo Louisse  sonriendo tranquila. Veo que ya se conocen.
 Albert se acerca a su esposa, la toma de las manos y haciendo una mueca llena de ironía, la besa y le dice.
 Demasiado bien cariño. Es un impostor, creo que nos acaba de secuestrar. Louisse parece no entender nada; mira desconcertada al encantador señor Smith; insinúa que si se trata de una broma de mal gusto, esta no tiene la más mínima gracia. Intervengo enseñando a Louisse el arma que porto en la mano, dejo la bolsa en el suelo empujándola con el pie hacia la pared más próxima.
 No es broma se lo puedo asegurar. Su marido dice verdad, aunque en honor a ésta, se le olvida decir que la situación la ha provocado él con su insana curiosidad. Así que el secuestro es enteramente culpa de su querido y estúpido esposo.
 La señora Simpson se agarra atemorizada a su marido mientras le comento que me he visto obligado a matar a su perro. Veo y huelo como un estremecimiento recorre su cuerpo, despertando todos sus temores, ahora el miedo la invade, parece a punto de desmayarse, pero su marido la sujeta con sus brazos.
 No tengo prisas, me recreo en todas y cada una de las situaciones que se van desarrollando; puedo aspirar el olor del miedo; me siento un ser superior, en otra escala, por encima del bien y del mal, un dador de muerte y terror. Louisse ya no mira con ojos dulces, ahora su mirada es hosca, llena de odio y atenazada por el miedo.
 Vayamos a la cocina. Les ordeno. Quiero conocer a la cocinera.
 La cocina es más grande que muchas casas de los parias de este mundo, no le falta detalle, incluida claro la cocinera. Louisse la llama.
 Alejandra, acércate por favor.
 ¿Si señora, qué desea?. Alejandra deja sus labores, y se acerca secándose las manos en el mandil; no denota extrañeza, pues supone que los señores le van a presentar al nuevo jardinero, que supone es quien les acompaña.
 La señora ya no desea nada, a partir de ahora son mis deseos los que mandan aquí. ¿Entendido?.
 La criada no parece entender nada, puede incluso que esté temiendo por su honra, y no me extraña es una belleza. Le enseño el revólver. Ahora parece comprender mejor la situación; a pesar de ello no duda en mirar por la ventana hacia la casa del jardinero, con la esperanza que ambos no sean el mismo hombre.
 Me temo que el jardinero no podrá ayudarles, él soy yo.
 Y ha matado a Nico, delante mía. Aquello dicho por el señor Simpson parece impresionar mucho a Alejandra.
 Pobre animal, era manso. ¿Por qué lo ha matado?. La pregunta que acompaña con un evidente gesto de dolor e impotencia, es despreciada por el Carnicero con un potente y sonoro escupitajo que lanza contra el suelo inmaculado de la estancia.
 Basta de charla y absurdos sentimentalismos. Deberían preocuparse más por la gente que muere todos los días en el tercer mundo.
 Por gente como usted, sin duda. Responde lleno de desprecio Albert. A lo que Krant, evidentemente enfadado por la apreciación del señor Simpson, no duda en golpearle brutalmente con el arma empuñada.
 Louisse y Alejandra se interponen entre la furia del Carnicero y el malparado Albert. A cambio reciben también algunos contundentes golpes que acaban con ellas, junto al señor Simpson, por los suelos.

Capítulo 29º.



 Cuando salgo del Ayuntamiento me encuentro bien, ver y hablar con Joan me ha confortado. Pero el desaliento y la pesadumbre vuelven a ánimo cuando llego a las escalinatas de la Jefatura. Sin proponerme un camino en concreto, mis pasos me llevan a una cita que ya había pospuesto demasiado tiempo. El cuarto de los muchacho de asaltos.
 Dos filas de taquillas, metálicas, grises, idénticas; con un solo matiz de diferencia, los nombres, cada uno una vida arrancada, Jhon F. Leonard, Fernando Harrison, Peter Crawford, … Nombres sacrificados a una idea asesina; esperanzas brutalmente segadas con una cruel espadaña. Muchos se frotaran sus manos anegadas de sangre; otros clamarán al cielo con una pregunta sin respuesta; todos sabremos que hemos perdido una nueva oportunidad de humanizarnos.
 Noto la presencia de alguien, me vuelvo, es Delgado; nuestras miradas se cruzan; hace un gesto elocuente con las manos y me dice.
 ¿No se estará culpando, jefe?.
 No... Claro que no. Debe de parecer poco convincente.
 Escúcheme esto, usted no es responsable de la matanza, solo el loco de Kolleman, y por supuesto el malnacido de Krant. Me dice con furia, y cogiéndome fuertemente por el antebrazo, prosigue. Usted solo hizo lo que debía, y sepa que tiene todo el apoyo de los muchachos.
 Ojalá lo tuviera tan claro como tú. Le respondo intentando situar un amago de sonrisa en mi triste faz.
 Bueno si no lo tiene tan claro, por lo menos inténtelo. ¿Ok?.
 Acepto el apoyo de Luis y juntos abandonamos el cuarto, no sin antes dar un vistazo de nuevo. Me persigno, Luis lo hace también, salimos.
 Nada más atravesar el dintel de la puerta, nos tropezamos con un oficial uniformado con el traje de asaltos.
 Capitán Carl Ziessman, he sido asignado junto a dieciséis hombres, cuyos nombres e historial se se especifican en este informe documentado que ahora le entrego. Dice de carrerilla y perfectamente cuadrado, militarmente hablando, haciéndome entrega del citado informe.
 Pienso que han sido rápidos en reemplazar a los caídos, cuyos cuerpos aún deben estar calientes.
 Este tipo parece un calco de Kolleman. Luis que parece haber captado mis pensamientos se rasca significativamente la cabeza.
 Esta bien, capitán... Ziessman, instale a sus hombres en este cuarto. Hay un policía del anterior equipo... Ya eran pasado, y eso me molestó, el  oírme nombrar a los muchachos como equipo anterior. … Jonatan que está bajo mi supervisión.
 Lo sé comisario. Me interrumpe.
 Bueno, bueno, está bien. Déjeme acabar, se lo digo porque sigue manteniendo su taquilla; reparta el resto entre su gente. Cuando acabe preséntese en mi despacho.