domingo, 3 de marzo de 2019

Capítulo 19º.



 El capitán Kolleman vuelve a sorprenderme con su taconazo.
 Capitán Frank Kolleman a sus órdenes. Listo y preparado para la acción inmediata.
 Perfectamente cuadrado como si de un marine se tratara, el capitán sigue inmóvil esperando una orden mía para descuadrarse, descansar o como diablos se diga en el argot militar. En vez de eso, me levanto del sillón y con voz amenazadora le recuerdo:
 Le he dicho mil veces que no pegue esos taconazos en mi despacho y que no quiero oír esa perorata cada vez que le hago venir. ¿Lo entiende o se lo tengo que repetir de nuevo?. Le pregunto visiblemente enojado. Claro que eso es como luchar contra molinos de viento, ya que después de un “a sus órdenes” vuelve a reincidir con su taconazo militar.
 Usted no tiene remedio capitán, en fin, siéntese, póngase cómodo. Le indico el sillón del fondo.
 Capitán, ejem. Carraspeo. Tengo que hacerle una seria advertencia que no quiero que caiga en saco roto. Se sienta, eso sí, sin relajarse, y con un amago de nuevo taconazo y saludo, que aborta ante mi severa mirada.
 Primero dígale a su mejor tirador que se ponga bajo mis órdenes directas, me acompañará hasta nueva orden, día y noche, le asignará a mi coche, e irá conmigo a todas partes donde yo vaya.
 Le mandaré a Jonathan, es mi mejor soldado, un tirador selecto, silencioso y cien por cien efectivo, una joya vamos. Sonríe, colocándose adecuadamente su pañuelo de camuflaje.
 Ok, de acuerdo, en cuanto salga de aquí me lo manda. Segundo: quiero que no arriesgue a sus hombres innecesariamente, insisto, cuando digo innecesariamente me refiero exactamente a eso.
 Mis hombres son soldados y como tales... Le corto enfurecido, este  tipo me saca de mis casillas.
 No son soldados. Alzo la voz tanto que puedo observar a través de los cristales del despacho, como algunos agentes cercanos levantan su mirada. Son policías, y como tales. Recalco el “como tales”. No arriesgará  de forma innecesaria sus vidas. Quiero que le quede meridianamente claro que no voy a permitir carnicerías. Le prohíbo terminantemente que  que mueva a sus hombres a menos que yo se lo ordene.
 A sus órdenes, pero le recuerdo señor comisario que después del primer tiro... mis hombres dejan de ser sus policías y pasan a ser mis soldados.
 El primer tiro lo daré yo, y solo esa será la orden para que actúe usted. Aquí tiene la orden por escrito y duplicado; firme las dos y quédese con la copia. Le digo entregándole las órdenes.
 Muy bien capitán. Le digo recogiendo el original. Ahora márchese y tenga a sus hombres en alerta, sin taconazos ¿eh?. Adiós. Le despido.
 A las seis de la mañana me quedo dormido, recostado en el sillón y mirando la foto de Jeaninne y las niñas.
 Sueño con ellas. Estamos los cuatro en un parque de la ciudad al que solemos ir a menudo. Mi esposa y yo observamos, sentados en un banco, como corren y se divierten las niñas. Ella ríe alegre, apretada sobre mi pecho, meso sus cabellos largos y sedosos. De pronto me pregunta:
 ¿Quieres un helado cariño? Su voz me encanta siempre, cuando habla, cuando ríe o canta, hasta cuando se enfada y hace grandes esfuerzos por agriarla, lo que nunca consigue aunque lo intente. Siempre acaba poniendo un morrito que provoca mi risa y mis besos.
 La estrecho con mis brazos y le respondo con un te quiero.
 No seas tonto y dime ¿te apetece un helado?. Insiste frunciendo su ceño, haciendo como que se enfada.
 Si quiero un helado. Le digo cediendo. Pero ya iré yo, tu sigue aquí.
 No, no, quédate tú guardando el sitio, iré yo. Insiste y lo hace a pesar de mis protestas.
 La veo como se aleja y llama a las niñas. Las tres se dirigen, entre risas y miradas cómplices hacia donde me encuentro, a un pequeño camión de venta de helados y caramelos. Entonces me fijo en la cara del vendedor, el cual dirige su mirada directamente a mí. Me resulta conocido, ahora lo puedo ver con toda claridad, es como si su cara se hubiera acercado hasta mis propias narices. Un escalofrío recorre mi cuerpo, lo reconozco, es él, es el carnicero de Belfast, es Luis Krant. Me levanto de un salto del banco, corro hacia ellas gritando para que se vuelvan, pero no hacen caso a mi llamada. Mi corazón late con fuerza, quiere salirse del pecho. Noto el aire que abre mi americana. Veo como las tres piden sus helados. La sonrisa cínica de L. K. Precede a la terrible explosión.

sábado, 2 de marzo de 2019

Capítulo 20º.



 Despierta Riky, despierta muchacho.
 ¿Sí, que pasa?. Manzano me ha zarandeado hasta que me ha devuelto a la realidad.
 Estoy empapado en sudor, desorientado y me siento fatal. La pesadilla me ha traído dolorosos recuerdos.
 ¿Qué hora es, y qué demonios haces aquí?. Le pregunto a Manzano, quien responde de inmediato.
 Una a una. Son las diez de la mañana de un maravilloso jueves primaveral; y estoy aquí para presentarte a los dos chicos que a partir de ahora serán tu sombra.
 Para el carro... Le digo un poco despistado, en tanto recompongo un poco mi apariencia.
 Me lo has prometido. Me recuerda. Hicimos un trato, y no seré yo el primero en romperlo. Me amenaza de forma sutil y continúa. No te van a  molestar, palabrita del niño Jesús. Promete besando los dedos de su mano derecha haciendo la señal de la cruz. Yo cumpliré mi parte no publicando conjeturas hasta que fotografíe su cadáver. Negocia.
 Podría mandarte encerrar. Todos los chicos atestiguarán que entraste pegando voces en mi despacho. Le digo mirando a través de las acristaladas paredes que me rodean. Puedo decir que me amenazaste. Como mínimo serán dos días.
 Aunque así fuera, me pregunto cómo podrás conseguir que se paren las rotativas, tengo puesto al corriente a varios colaboradores. Sonríe plantándome cara.
 Me tiene de nuevo a su merced. Transijo con ciertas condiciones.
 A distancia... Lejos y fuera de jefatura, esto no es un hotel. Le advierto apuntándole con el indice.
 Manzano se sienta en el sofá del despacho ante mi cara de asombro.
 No recuerdo haberte invitado a que te quedes, y mucho menos a que te pongas cómodo.
 ¿No me vas a perdonar nunca Ricky?. Pregunta con cara compungida pero poco creíble.
 No me gusta que me llames Ricky. Manzano pasa absolutamente de todo y sigue con lo suyo, que por regla general es sacarme lo mío.
 É que me he portado mal contigo en alguna ocasión. No deja de ser el mismo cínico de siempre, tiene bien aprendido su papel.
 ¿Alguna vez?. Maldito hijo de ramera. Le espeto acusándole de forma directa y clara. Estás siempre a ver como jodes con tus asquerosas mentiras. Se siente ofendido, y con la pose que adopta siempre que trata de parecer dolido, me dice manteniendo la pose.
 ¿Mentiras yo?. ¡Jamás de los jamases!. En todo caso distintos puntos de vista. Lo expresa de tal forma que hasta él parece creérselo.
 Bueno, vamos a dejarlo en empate. Le digo pretendiendo dar por terminada la ya interminable visita. Me siento tenso y se lo hago saber. Pero en vez de despedirse saca de su chaqueta una petaca de bourbon, sonríe y me la pasa.
 Para la tensión lo mejor es un trago largo. Y si es de Jacks Daniels reserva, mucho mejor.
 Acepto con una sonrisa deportiva y apuro un buen trago.

Capítulo 21.



 Son las siete de la mañana, antes de que suene el despertador, me levanto y lo apago, me desperezo. Empiezo a soltar mis músculos, uno a uno, empiezo por los dedos de los pies, talones, piernas rodillas. Con las manos en jarras muevo mis robustos glúteos y mis caderas, alcanzo la zona lumbar y estirando los brazos roto mi torso hasta hacer crujir las vértebras. Un día me rompo, pienso y continúo. Sigo con el cuello, poderoso, brutal y
Acabo con un contundente masaje en mi cuero cabelludo aligerando mi pelo de caspa y pelos caídos. Repito la operación de nuevo pero ahora lo hago empezando por arriba y yendo hacia abajo.
 Veo todo más claro, recuerdo todas las sensaciones de anoche, y eso me agrada, me gusta, me siento bien. Cosas de la vida, que se le va a hacer.
 Repaso de nuevo todos y cada uno de mis ligamentos, tenerlos en forma y listos es vital para mi trabajo. Hago girar las puntas de mis pies  sobre mis talones, uno a uno en tanto mantengo el equilibrio; luego hago otro tanto con piernas y rodillas; las hago girar lateralmente inclinando las caderas.
 El fuego fue potente, pienso mientras sigo subiendo, atacando cada zona de mi duro y atlético cuerpo, y noto como el olor a quemado aún persiste en mi memoria, no se borrará fácilmente, sonrío y me masajeo la barbilla y el cuello.
 La música, un tanto picante, que escucho y la tensión de mi curtida  piel bajo los efectos de los múltiples arañazos que recorren mi espalda  y mi tórax, hacen que al recordar los geniales momentos vividos esta noche se me excite el bajo vientre.
 Acabo de hacer girar los brazos sobre los hombros y noto como se hinchan los músculos, como cogen tono, luego los codos dejando colgar los antebrazos como si de una marioneta rota se tratara. Las manos hacen lo propio sobre las muñecas; antes de empezar con las flexiones, trabajo unos minutos mis dedos, para algunas garras.
 Media hora de flexiones bastan para acabar de conseguir un calentamiento suficiente.
 Bebo un vaso de zumo y salgo a correr un poco. Hay que conservar la forma física en perfecto estado.
 Ya en la calle me cruzo con un coche patrulla, el pringado que lo conduce me saluda sonriendo.
 Me adentro en uno de los innumerables jardines que anegan la zona; lo recorro durante un corto espacio de tiempo; por fin veo a los inútiles de la embajada, se les nota a la legua de qué van.
 Compruebo que no hay espías en las cercanías. Me dirijo hacia ellos, desacelero mi carrera, hago los movimientos propios de quien va a dejar de correr. Ya a su lado pregunto.
 ¿Hola buenos días!. ¿Saben ustedes si hay por aquí una tienda donde vendan hielo?. Necesito comprar una bolsa. Es la contraseña, y sirve para descartar que haya un lector de labios observando.
 Lo siento amigo, no hay ninguna por aquí, pero casualmente hemos comprado unas hace unos minutos en una gasolinera, si quiere le regalo una. Me dice entregándome una bolsa de plástico a rayas verdes y blancas.
 Vaya con los colores del Belfast Celtic Football Club, digo a la vez que compruebo que en su interior está lo que preciso.
 ¿Cómo?. Responde el moreno de la embajada. Nada, no he dicho nada olvide lo dicho. Pero antes de irme y ya sin esperar respuesta, tapándome disimuladamente la boca. La próxima vez, cuando escondáis algo, no olvidéis esconder también los cilindros del gas, así no dejaréis evidencias.
 Vuelvo al piso. A las once ya he acabado de preparar los nuevos explosivos. He montado un auténtico y espectáculo, una orgía de fuego y destrucción.
 Bueno, ahora he de llevar las bombas a un lugar seguro, a ser posible cerca del Palacio de Congresos.
 Me he puesto ropa de ejecutivo, he de evitar levantar la más mínima sospecha, ya que la zona próxima al palacio se halla plagada de polis y yupies. Me haré pasar por uno de ellos.
 No encuentro mi cartera, mierda tengo en ella todos mis documentos de identidad, falsos por supuesto. Busco por todas partes, no quiero pensar que halla podido extraviarla en el lugar de la fiesta de ayer. Nada que no la encuentro. ¿Y si la hubiera caído en el coche?. Reconozco de inmediato que no es nada descabellado que sea esto último lo que pasó.
 Tengo que comprobarlo de inmediato, si los polis localizan el auto, estoy vendido, conocerían mi cara. Maldita sea, soy un estúpido, en que mierda estaba pensando. Debo dar con la cartera antes que ellos, de lo contrario se me va a poner difícil el colarme en el Congreso. Debo arriesgarme a volver donde aparqué el vehículo, con los inútiles de la embajada no puedo contar.

Capítulo 22º.



 Diez treinta horas del jueves. Bar Pacífico.
 Los hombres del grupo anti terrorista se encuentran casi en su totalidad en el bar; como muchos días de alerta, algunos muchachos, se juegan el almuerzo al billar.
 Francoise, como de costumbre, presume ante quien le quiere escuchar de su último ligue. Es de los que dan pelos y señales. Alguien comenta “perro ladrador poco mordedor”. El de madre parisina no se da por aludido. Jeff haciendo como que no escucha la bravatas de Francoise, juega, ha de subir sus posaderas encima de la mesa de juego, pasa el taco por detrás de su espalda, pues la jugada a ello le obliga. En esa difícil posición deja caer adrede y encima del verde tapete del billar una foto de las automáticas. Un grupito de personas en paños menores se ven en ella. El buitre de Francoise se lanza sobre ella, pero Jeff se adelanta. El de la madre parisina ha reconocido a los hombres de la foto, y hace un gesto con el que señala alternativamente, con dos dedos, sus ojos y los de Jeff.
 Con que esa era la peligrosa misión de anoche.
 Ya lo creo. ¿Verdad Jeff? Intervino Delgado, sin apenas poder contener la risa.
 Si, si, te lo juro Francoise, para peligrosa la rubia... Se llama Marie, y por cierto es parisina como tú. ¿A lo mejor la conoces?.
 Si claro, seguro, muy, pero que muy graciosos.
 ¿Podéis presentármela?. A pesar de la tomadura de pelo, el inspector no pierde tiempo e inicia una de sus técnicas de ligue, ser imperturbable al desánimo. Al fin y al cabo son tres... Sobra una.
 Ya veremos, depende de como te portes. Contestó Jeff, asintiendo Delgado con la cabeza.
 Mirad chicos. Zanja Francoise. Para empezar a ganármela, hoy pago yo el almuerzo.
 Entre las voces del bar suena potente la del sargento Mohamed.
 Vasta de juegos muchachos. El comisario quiere que estéis en los coches de inmediato, se trata de algo gordo. Ha pulsado el botón rojo.
 Dejándolo todo, los hombres salen por piernas, de tal forma que si el enorme sargento  no se aparta de la puerta habría sido pateado.

Capítulo 23º. 1ª parte.



 Once horas del jueves. Jefatura de la Policía Metropolitana.
 El tiempo sigue pasando y yo sigo esperando a que alguien, maldita sea, localice el coche de Krant; tengo una corazonada que más que eso es una certeza. Apenas pasan cinco minutos de las once, y como preludio a la confirmación, suena el equipo portátil.
 Alfa tango 0, aquí alfa tango 16.
 Adelante el 16 para 0, escucho.
 Tenemos localizado el vehículo sospechoso, comisario. Se encuentra estacionado entre las calles 20 y 21 del sector 35, cambio.
 Permaneced sin levantad sospechas de que vigiláis. Le digo a los uniformados.
 No se preocupe comisario, no levantamos sospechas; estamos a unos doscientos metros del vehículo, en un puesto de perritos calientes, es la hora de picar algo.
 Bien, conforme, permaneced ahí y tenedme informado.
 A sus órdenes comisario, corto.
 Me levanto del sillón y con una amplia sonrisa me apresuro a pulsar el botón rojo que pone en marcha a todo mi equipo. En realidad el botón salta una alarma en el mostrador del sargento de puerta.
 Saco del armario el gorro que me regalaron las niñas y Jeannine en el último día del padre que pase con ellas. Antes de calarme el sombrero beso la foto de ellas, una a una. Compruebo mi revólver y salgo.
 Los muchachos que acaban de llegar del bar, supongo, recogen su material de caza y captura.
 Esta bien muchachos. Salimos solo los patrullas camuflados y el furgón espía. Vosotros, digo señalando a los inspectores, llevad toda la artillería pesada, pero nada de chalecos puestos, ni nada visible que nos pueda delatar. En cuanto a usted Kolleman, quiero que ponga a todos sus hombres en la calle, dando vueltas a la Jefatura, en sus vehículos, por supuesto. Como desconocemos donde se encuentra el Carnicero, iremos nosotros delante para observar sin ser detectados.
 Concluyo con un... Espero que el auto nos llevé hasta su paradero.
 Kolleman asiente con la cabeza. Aun, a pesar de eso, le pregunto si tiene alguna duda, me contesta que no, da un taconazo cuadrándose y se larga.
 Vamos. Digo mientras me dirijo al aparcamiento.
 Unos minutos después, cuando nos hallamos a la altura de la calle diecisiete, la radio irrumpe.
 Adelante alfa tango 0, aquí alfa tango 16.
 Adelante aquí el 0. Abrevio al máximo para que no pierdan tiempo en comunicar novedades.
 Señor, alguien a entrado en el coche sospechoso.
 ¿Lo pueden ver bien?. Cambio.
 Un momento, si sale de nuevo, lo veo bien, cambio.
 Dame una descripción rápida. Cambio.
 Va vestido de ejecutivo, americana y pantalón grises, camisa blanca y... si y una corbata de esas llamativas que tanto llevan ahora los yupies.
 Ahora se aleja del coche, se ha guardado algo en la chaqueta. Dice  concluyendo el agente.
 Altura y complexión, coño, espabila. Me acelero, me cabreo.
 Alto, muy alto, casi dos metros, fuerte muy fuerte, más de cien kilos.
 Dirección del objetivo, hacia dónde narices va. Conteste 16.
 El sospechoso se dirige hacia la calle diecinueve, repito hacia la calle diecinueve. ¿Lo seguimos?. Cambio.
 Negativo, negativo, quedaros donde estáis. Confirme 16.
 Confirmo y quedamos estáticos. Cambio y corto.

Capítulo 23º. 2ª parte.



 Doblamos por la calle diecinueve, vamos despacio, le indico a Delgado que aparque a su derecha, al comienzo de la calle. Krant camina ajeno a nuestros movimientos unos doscientos metros más adelante.
 ¿No piensa trincarlo ahora, comisario?. Me pregunta Jeff un tanto desconcertado por mi aparente pasividad. El desánimo parece igualmente visible en las caras de Delgado y de Jonatan, el tirador.
 ¿Veis ese colegio?. Digo. ¿Qué hora es?. Pregunto y de inmediato me auto contesto con un... las once y diez; el colegio repleto de candidatos a rehén.
 Las caras de los muchachos vuelven a su normalidad gestual.
 Jeff, bájate y síguelo a cien metros, no te acerques más a él, y sobre todo nada de intentar detenerlo. ¿Entendido? Le advierto.
 Descuide jefe. Jeff se apea obedeciendo mis órdenes. Cojo de nuevo el micro y lo pulso.
 Adelante alfa tango 1, aquí el 0.
 Adelante comisario, aquí 1. ¿Que hacemos?.
 Escuchadme, vais a toparos con el Carnicero que va por la acera, por vuestra izquierda, y con Jeff que le sigue a unos cien metros. No hagáis nada, aparcar el auto donde lo podáis observar sin levantar sospechas.
 Ya lo vemos jefe, aparcaremos en un bar que hay a su izquierda.
 Bien, bajaros del auto y esperad dentro del garito mis órdenes. Corto y cierro.
 Krant se dirige directamente y con evidente prisa a un bloque de apartamentos de tres plantas, un edificio vulgar y corriente, en una calle de tantas de la gran urbe. Cinco minutos después estoy instalado en el furgón espía, al que he mandado aparcar justo frente al edificio.
 Dígame señor comisario, ¿qué desea que espiemos?.
 Quiero saber la gente que hay dentro del edificio. Dónde se encuentra el sospechoso, y todo lo que se pueda averiguar, maldita sea.
 Sin problemas, comisario; eso está chupado señor. Termografía infrarroja, es lo último en detección de personas. Mi compañero de la derecha radiografía el edificio, y aquí en el monitor vemos los focos de calor. Muy bien. Interrumpo. Espero que esta máquina nos diga cuantas personas hay ahí dentro y nos de sus posiciones.
 Ya le digo señor comisario, esto es pan comido. También estamos interviniendo todas las líneas telefónicas, para averiguar quien llama y que habla. Vale, vale, continúa, a lo tuyo.
 Mientras los técnicos manipulan los precisos instrumentos, una impresora empieza a vomitar papel. ¿Es necesario ese ruido?. Pregunto al agente encargado. Para nosotros si, pero apago la impresora y ya recogeré esos datos luego.
 Vale. Zanjo y sigo mirando el monitor. Se aprecian algo así como figuras en movimiento, las señalo y el agente mueve la cabeza afirmativamente. Si señor esos son, solo tres personas a la vista. Estas dos de la planta baja pueden ser dos mujeres por su constitución; el de arriba es claramente un tío, un metro noventa a dos metros de altura.
 Es nuestro hombre, sigan observando y comuniquen cualquier dato nuevo, vamos a entrar.
 Un momento señor comisario, interviene otro de los técnicos.
 Diga, rápido.
 Vera es sobre el edificio, no tiene más que la salida principal, por la parte de atrás comparte mediana con edificios de la calle veinte, y a los lados, con... eso los de los lados. Pero eso si, una sola salida.
 Ok, chiao.
 Vuelvo a mi coche, donde ya se encuentra Jeff. Ordeno a Delgado que se ponga un mono de la compañía del gas, que tenemos para casos como este. Entra en el edificio y saca a dos mujeres que se encuentran en la planta baja, a la izquierda según entras, las encuentras y las sacas de ahí de  inmediato. No alertes a nuestro objetivo, ¿ok?.
 Delgado confirma y sale. Llamo a por el equipo al capitán Kolleman para que se acerque sin demora a la zona.
 Me reúno con los chicos del otro coche en el bar que se encuentra muy próximo al edificio marcado. Les doy unas instrucciones y nos desplegamos ya armados y con los llamativos chalecos anti balas, donde se lee con grandes y amarillas letras la palabra POLICIA.
 Kolleman llega de inmediato y despliega ordenada y rápidamente sus efectivos; me saluda militarmente, cuando ya tiene a sus hombres en sus puesto y listos para la acción. Le devuelvo un rápido saludo.
 Se trata de un barrio tranquilo, con edificios no muy viejos. Hay pocos autos aparcados en la calle. La gente que lo habitan son de clase media baja, en la que todos los de la familia o trabajan o estudian, gracias a lo cual hay pocos vecinos en sus casas. Las aceras son anchas como en toda la ciudad, están salpicadas de árboles que cobijan a decenas de ruidosos gorriones.
 A estas alturas de la película Krant ya nos ha debido ver; el del furgón espía me lo confirma. Afortunadamente puedo saber en cada momento lo que hace. Decido esperar unos minutos en la confianza de que se entregue sin derramamiento de sangre.

viernes, 1 de marzo de 2019

Capítulo 24º. 1ª parte.



 Malditos txakurras, nombre con que llamaban a los policías los españoles de la ETA a los que forme en explosivos durante mis años en Belfast. Mierda, seguro que me han visto saliendo del auto. No se lo han pensado mucho para poner el cerco. He de prepararme, no se saldrán con la suya estos hijos de ramera del desierto. Vaya, pienso en voz alta, se me pegó la mala uva y las maldiciones de Al Assad. Desde luego que esto es un incordio, pero sin problemas, aún no he hablado yo.
 Sin perder tiempo comienzo por cambiarme de ropa, me pongo ropa informal de calle; luego desmonto las cargas explosivas que ya tenía preparadas para el Congreso. Que jodienda, me digo, tener ahora que desmontar mi sinfónica. Trato de no perder un minuto, estos jodidos pueden intentar entrar en cualquier momento.
 Hace casi una hora que he acabado de reorganizarme, estoy preparado para recibirles desde hace ya demasiado rato. Siguen ahí abajo. Agazapados y fuertemente armados. A lo mejor piensan, estos estúpidos malnacidos, que me voy a entregar.
 La tele de algún vecino que está puesta a todo volumen habla de un asedio policial en la calle diecinueve.
 Parece ser que los hombres de la brigada anti terrorista tienen acorralado a un elemento peligroso, a juzgar por el importante despliegue policial. De forma sorprendente, continua el reportero de la tele, el despliegue abarca también a la calle veinte, la calle paralela y justo detrás del edificio cercado, aunque allí el despliegue es mínimo. En cuanto a las calles limítrofes, la normalidad es absoluta. Tal y como les informa este reportero, los agentes que acordonan el edificio están muy concentrados y fuertemente armados, ni una mosca podría pasar entre ellos sin ser abatida.
 Esto es una exacta e interesante bienvenida información. Me digo sonriendo.
 Pasa otra hora; procuro evitar que afloren los nervios; pienso en mi tiempo pasado, recuerdos de acciones vividas en las que salí con bien cuando todo parecía perdido. La voz del televisor me devuelve de nuevo a la realidad, al momento.
 Ahora mismo, él que desde mi posición, parece ser el comisario Martín, baja de un enorme furgón negro, sin duda se trata del vehículo espía de la policía, se dirige al centro del cerco que está protegido por los coches patrulla.
 Miro a través de la ventana y compruebo que es tal y como dice el de la tele. Martín, el primero para ti. Le apunto con mi fusil. Veo como se descubre ligeramente; lleva un megáfono en la mano izquierda, y en la derecha porta desenfundado un revólver que apunta al suelo.
 Un frío sudor recorre mi espalda; de pronto una extraña sensación me previene de algo malo. Miro a mis hombres; algunos son apenas unos críos. Noto sus cuerpos tensos, sus manos ávidas, algunos, aunque la temperatura no es elevada, sudan. Levanto el megáfono y digo.
 Escucha amigo, te tenemos acorralado. Entrégate. Hasta los alegres  gorriones que minutos antes todo lo invadían con sus continuos trinos, callan. Observo a Kolleman que mantiene una intrigante sonrisa. Alguien me llama, me separo un metro escaso de la protección que me brindan los coches, es el técnico del furgón espía, me hace el clásico gesto de que me agache. No lo consigo hasta después de recibir el impacto de una bala, afortunadamente las demás balas pasan por encima. Un rasguño sin importancia me ha rozado el hombro, insuficiente para dejarme fuera de juego, pero suficiente para que Kolleman entre.
 Comisario... Grita Kolleman desde su posición. Ahora son mis soldados los que darán cuenta de ese criminal. El silbato de asaltos sonó. Kolleman y sus hombres, sus soldados, se pierden por la puerta de entrada al edificio.