Washington D.C. Primavera.
Pocas veces es llamado un alcalde a despachar con el Presidente de la Nación, por muy importante que sea la ciudad que gobierne, y nunca, que yo sepa, lo ha hecho con una alcaldesa negra. Aunque como pude comprobar después de la reunión, el motivo era merecedor de tal distinción.
Una vez hube pasado los controles de seguridad y me fue entregada mi acreditación, una amable agente del servicio secreto me hizo pasar a un discreto saloncito donde esperar. Me senté y cogí maquinalmente uno de los periódicos de la mesita en la que habían dispuesto varias de las más importantes cabeceras del país. Aunque mis ojos decían que estaba leyendo, lo cierto es que mi mente no prestaba atención a lo que ponía en el diario, mis pensamientos trataban de enfocar como sería el encuentro y de cual sería el importante asunto a tratar, asunto por el que tras un escueto “tema de interés nacional” se me había llamado a la capital dos días antes.
La visita oficial tenía un tiempo previsto de máxima duración no superior a quince minutos, y una entrevista, aunque, “tan corta” con el hombre más poderoso de la tierra, no es que me intimidara, pero a decir verdad me tenía con todos los sentidos en máxima alerta.
Los nervios afloraban hasta las capas externas de mi piel, amagando con traicionarme; afortunadamente la amable agente del servicio secreto me devolvió a mi habitual seguridad, y con una agradable sonrisa me dijo:
Señora, el señor Presidente la espera, ¿sería tan amable de acompañarme?.
Por supuesto. Contesté levantándome, a la vez que me recomponía el vestido. La seguí por el alfombrado pasillo.
El Presidente estaba en un despacho anexo al famoso despacho oval, dato que yo sabía por una visita que hice con mis compañeros de curso hace muchos años, cuando era una escolar, claro; permanecía de pie en medio de la pieza hablando con algunos de sus colaboradores, supongo, cuando al notar nuestra presencia, por un ligero carraspeo de la agente, se giró dándoles la espalda a sus contertulios y dirigiéndose directamente a mí, esbozó una amplía sonrisa y me ofreció sus manos para que se las estrechara. Con voz amable y cálida me dio la bienvenida.
Le agradezco alcaldesa Roberts su presencia, y si me permite que la tutee Joan. Le doy mi aprobación con la cabeza sin titubear, él me devuelve una corta sonrisa y continúa.
Al fin y al cabo somos compañeros de partido.
Si claro, y se lo agradezco sinceramente. Le digo.
Bueno creo que a pesar de mi cargo me he expresado mal, quería pedirte permiso para que nos tuteáramos.
Reímos y hago un gesto de entendimiento moviendo la cabeza.
Bien de acuerdo, si te parece Joan, podemos almorzar en tanto que nos conocemos, aún estoy en ayunas y tengo un molesto gusanillo por aquí que no para de correr de un sitio a otro. Dijo pasándose la mano por el estómago.
De acuerdo yo tampoco he tenido tiempo de almorzar, pero por favor me tendrás que decir como puedo dirigirme a ti.
Con mi nombre de pila, por supuesto, ¿lo sabrás?
Jeff, presidente Wallace.
Con Jeff está bien. Me dijo a la par que sujetando mi codo con su mano me invitó a que le acompañara a otra habitación, pasando a través del Despacho Oval, donde no nos detuvimos, y que el Presidente tuvo a bien nombrarlo especificando que era donde trabajaba a menudo.
Nos dirigimos a una salita acondicionada como celador con una amplia cristalera y una hermosa vista a los jardines traseros de la Casa Blanca. Había dispuesta una bien surtida mesa y dos sillas; me ayudo amablemente a acomodarme y se sentó frente a mí.
Sabes, tenía ganas de conocerte Joan, según mis colaboradores eres una persona excepcional y con un brillante futuro político.
Me halagas Jeff, bueno a decir verdad me siento entre halagada e incómoda, ya que a pesar de tu amabilidad, me cuesta mucho tutear al Presidente de nuestra Nación.
Lo entiendo, me interrumpió, pero te aseguro que lo hago con todos los compañeros de partido que tienen algún cargo político, ya que eso nos iguala, nos hace semejantes en tanto en cuanto estamos a las ordenes de los mismos jefes, ya sabes de los doscientos millones de jefes que tenemos. Volvemos a reír mientras el hielo acaba definitivamente de desaparecer.
Vaya yo creía que lo hacías por que tratabas de ligar conmigo, es de dominio público que sigues divorciado y según se dice en los mentideros del partido eres un poco Don Juan.
Falso, totalmente falso, eso es mentira cochina, aunque no sería de extrañar que como hombre libre de ataduras sentimentales, que lo soy, pudiera tratar de indagar posibilidades con una mujer tan hermosa como tú Joan.
Volvimos a reír distendidamente, mientras nos servimos unas viandas y un poco de café.
¿Sabes? Hasta antes de ser elegido Presidente veraneaba con cierta frecuencia en tu bonita ciudad, en la costa claro; desgraciadamente ahora la agenda que conlleva el ejercicio de mi cargo me lo impide. Y haciendo un gesto de complicidad, inclinándose hacia mí y bajando la voz, dijo: pero entre nosotros, he de decirte que he hecho un par de escapadas, en secreto por supuesto. Me encantan las calas salvajes que pueblan la costa de tu bella ciudad. Seguimos comiendo como compañeros y cómplices de un pequeño secreto de estado; empezaba a sentirme verdaderamente a gusto con el hombre que regía los destinos de nuestra nación.
Le hice ver que desconocía que hubiera veraneado secretamente en mis dominios, aunque por supuesto que conocía el dato, ya que una persona muy importante y querida por mí, me tenía siempre bien informada de lo que era necesario saber sobre seguridad en mi ciudad, y la visita, secreta o no, del Presidente era algo que a mi policía favorito no se le podía escapar. En cualquier caso preferí hacerme la sorprendida, quería conservar mi modesto papel de invitada y no dármelas de sabelotodo.
Cuando ya estábamos a punto de terminar el almuerzo, el Presidente fue a la cuestión que había provocado aquella reunión.
Tengo que darte un encargo muy especial. Dijo haciendo un gesto con la mano a uno de los empleados, que de inmediato se acercó con una carpeta negra, cuando éste se acerca el Presidente le indica que me la entregue.
Se trata como podrás comprobar del protocolo del que habrá de ser el “Décimo Congreso por la Paz”. Una reunión de suma importancia para el futuro de la Humanidad, he decidido que sea tu hermosa ciudad la que asuma la responsabilidad de organizarla.
Agradezco tu deferencia Jeff, y espero que yo y todo mi equipo estemos a la altura de las circunstancias. Le contesté con un claro tono de convicción.
Estoy seguro que sabréis estarlo y que haréis quedar bien a este país que me honro dirigir. Minutos después el Presidente me despedía con un par de besos y un cálido apretón de manos; me deseó toda la suerte del mundo, afirmando que pronto nos volveríamos a ver.
Cuando traspasaba las rejas de la Casa Blanca de vuelta a mi hotel, portando el importante encargo para mi ciudad, y sin duda un reto para mi carrera, unas nubes grises envolvieron el sol que aún así dejó escapar unos rayos ante el acoso de los nubarrones; el húmedo césped que dejábamos atrás reflejó sus dorados destellos, en tanto una bandada de palomas, blancas como el inmaculado edificio, volaban ajenas a todo.