viernes, 1 de marzo de 2019

Capítulo 27º.



 Diecisiete horas, treinta minutos del jueves. Ayuntamiento.
 Llego al hall del despacho de Joan, nuestra alcaldesa. No me apetece en absoluto hablar con ella de muertes y masacres.
 Nada más verme la secretaria, se levanta de su mesa y me pide que:  Pase, pase, señor comisario su excelencia le está esperando. Me dice indicándome la puerta del despacho, de forma atropellada me acompaña hasta el quicio de la misma.
 Doy unos golpecitos con los nudillos en la maciza puerta que se encuentra entreabierta; puedo ver a Joan que levantando la vista y reconociéndome, dice.
 Pase comisario. Ella devuelve la vista al montón de papeles que abarrotan su mesa. Yo sin más preámbulos paso.
 Después de saludarla con corrección, Joan me devuelve el saludo y despide a la secretaria que me había seguido hasta dentro del despacho, rogándole que cierre la puerta al salir.
 Por favor Ricardo toma asiento. Me dice indicándome unas sillas aterciopeladas situadas en un agradable rincón de la amplia estancia.
 El despacho, a pesar de su carácter oficial y con un rancio sabor al pasado colonial de la ciudad, denota claramente el toque femenino de su actual ocupante. En la mesa que complementa el juego de cuatro sillas, en donde espero de pie a que Joan se acerque, está adornado con un bonito y sin duda frágil jarrón versallesco, coronado por un colorido ramillete de pequeñas flores silvestres.
 Siempre me han gustado las flores, no me privo de coger una de un encendido color rojo. Joan ve mi acción y sonríe tímidamente, recoge un poco los papeles que hojea, me pide que por favor tome asiento y se dirige hacia mí. Se sienta frente a mí, estamos muy cerca, tanto que sin esfuerzo alguno puedo sentir su respiración y oler su dulce y embriagador perfume. Me tomo mi tiempo para admirar la belleza de la mujer que me aturde con su presencia. Joan coge la mano con la que sostengo la flor, envolviéndola con las suyas, suaves y pequeñas pero firmes a la vez. La lleva, primero a su regazo, para recibirla, un instante después, en la calidez de la cercanía de sus rojos labios.
 Mal día para nuestra querida ciudad, mi comisario. Lo dice con sentimiento, suspira y su aliento cálido, escapa perezoso  entre nuestras manos.
 Malo, muy malo mi alcaldesa. Le digo remedando sus propias expresiones. Le entrego un sobre abierto, con el anagrama de la policía.
 ¿Qué es?. Pregunta.
 Ya sabes, son papeles, es mi informe de los hechos. Le contesto, entregándoselo.
 Si claro, trae. Lo coge. Ya lo leeré. Ahora dime ¿cómo te sientes tú?.
 Fatal, Joan querida, acabo de perder a dieciocho hombres y al loco de Kolleman.
 Ahora, más que nunca, debes detener a ese asesino malnacido.
 Joan acaricia suavemente mi brazo interesándose por mi herida.
 Me asusté cuando me informaron de que habías resultado herido.
 Como puedes ver no tuvo la menor importancia. Le digo.
 Me has de prometer, me interrumpe, que llevarás más cuidado en adelante. No me gustaría perder a mi policía favorito.
 ¿De veras, lo dices en serio?.
 Y tanto que lo decía en serio, aproximó sus labios a los míos, los unió decididamente y dejó que los sentidos, los suyos y los míos, fueran, poco a poco,  ampliamente compensados.

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