Nueve horas del sábado. Cementerio Metropolitano.
Una larga hilera de limusinas negras se alinean a lo largo de la carretera de acceso al Campo Santo, forman una dolorosa hilera, un enorme cortejo fúnebre. El sol ya está en lo alto, sus blancos rayos arrancan destellos y reflejos imposibles en los negros ataúdes.
Veintidós banderas con las barras y la estrellas, veintidós ataúdes negros, veintidós policías asesinados, veintidós esposas o novias, veintidós madres, y un millón de lágrimas, un millón de maldiciones, y un millón de porqués de los niños y las niñas que lloran la pérdida de sus queridos papas.
Los políticos situados detrás de los familiares de las víctimas, permanecen de pie, delante de las sobrias sillas dispuestas para la ceremonia. Oficiales vestidos con sus mejores galas hacen sonar trompetas y tambores que parecen gemir. La banda del cuerpo ataca con rigor un réquiem por los muertos. Los cipreses, altos y arrogantes, parecen ahora sobrecogidos, se diría que impresionados e inmóviles ante tanto dolor.
Cuando el pelotón de honores de la policía dispara las salvas que recordarán a las vidas ofrendadas en la salvaguarda de la Patria, un millar de pequeños pájaros se lanzan al aire, huyendo asustados dan bandazos a un lado y otro.
Joan Roberts, cubierto su rostro con un tul negro, como una viuda más, entrega una a una las banderas que cubren los féretros. como mujer que es, no puede ocultar su pena y su comunión con las madres y las esposas y el inmenso dolor que embarga a las familias de los agentes caídos. La ceremonia se dilata extraordinariamente, pero nadie se mueve, nadie parece tener prisas; el tiempo se detiene.
Los hombres pasan, pero siempre quedan sus hechos para ser recordados por quienes los amaron y quisieron. Estos hombres, tan jóvenes muchos de ellos, apenas si tuvieron tiempo para hacer cosas; sus vidas fueron cortadas cuando los frutos de sus fértiles manos empezaban apenas a manar. Pero dieron un ejemplo de valor y entrega al que pocos son llamados a dar. En su empeño por demostrar su amor por esta ciudad y este país, dieron lo más precioso... Dieron sus vidas... Nunca se lo podremos agradecer bastante... Nunca os podremos olvidar.
Una larga hilera de limusinas negras se alinean a lo largo de la carretera de acceso al Campo Santo, forman una dolorosa hilera, un enorme cortejo fúnebre. El sol ya está en lo alto, sus blancos rayos arrancan destellos y reflejos imposibles en los negros ataúdes.
Veintidós banderas con las barras y la estrellas, veintidós ataúdes negros, veintidós policías asesinados, veintidós esposas o novias, veintidós madres, y un millón de lágrimas, un millón de maldiciones, y un millón de porqués de los niños y las niñas que lloran la pérdida de sus queridos papas.
Los políticos situados detrás de los familiares de las víctimas, permanecen de pie, delante de las sobrias sillas dispuestas para la ceremonia. Oficiales vestidos con sus mejores galas hacen sonar trompetas y tambores que parecen gemir. La banda del cuerpo ataca con rigor un réquiem por los muertos. Los cipreses, altos y arrogantes, parecen ahora sobrecogidos, se diría que impresionados e inmóviles ante tanto dolor.
Cuando el pelotón de honores de la policía dispara las salvas que recordarán a las vidas ofrendadas en la salvaguarda de la Patria, un millar de pequeños pájaros se lanzan al aire, huyendo asustados dan bandazos a un lado y otro.
Joan Roberts, cubierto su rostro con un tul negro, como una viuda más, entrega una a una las banderas que cubren los féretros. como mujer que es, no puede ocultar su pena y su comunión con las madres y las esposas y el inmenso dolor que embarga a las familias de los agentes caídos. La ceremonia se dilata extraordinariamente, pero nadie se mueve, nadie parece tener prisas; el tiempo se detiene.
Los hombres pasan, pero siempre quedan sus hechos para ser recordados por quienes los amaron y quisieron. Estos hombres, tan jóvenes muchos de ellos, apenas si tuvieron tiempo para hacer cosas; sus vidas fueron cortadas cuando los frutos de sus fértiles manos empezaban apenas a manar. Pero dieron un ejemplo de valor y entrega al que pocos son llamados a dar. En su empeño por demostrar su amor por esta ciudad y este país, dieron lo más precioso... Dieron sus vidas... Nunca se lo podremos agradecer bastante... Nunca os podremos olvidar.
Una semana después. Alcaldía.
Las heridas han empezado a cicatrizar. Sin embargo los recuerdos aún perdurarán.
Llego al Ayuntamiento; un conserje me acompaña por los nobles pasillos, cómo es sábado no está abierto al público y todas las visitas deben ser concertadas y debidamente acompañadas. Ya estamos en la antesala, me pide que espere. Un par de minutos y Joan puede recibirme. Un agradable perfume envuelve el despacho; Joan se acerca y cogiéndome del brazo me pide que entre. Nos acercamos a su mesa y abriendo un cajón extrae un sobre.
Tengo una buena noticia para ti, en los despachos del poder se te ve con buenos ojos. Con una sonrisa me da el sobre, veo que es de la Presidencia de la Nación. Lo abro y no puedo creer lo que leo.
Joan dice algo de felicitar al nuevo Jefe de la Policía Metropolitana, y me regala un largo y cálido beso.
Creo que es el momento de preguntarte algo que quiero saber. Joan ¿quieres casarte conmigo?.
Estaba deseando que me lo pidieras,
Nos volvemos a fundir en un tierno beso.
¿Esto quiere decir que si?.
Claro, tonto mío.
Las heridas han empezado a cicatrizar. Sin embargo los recuerdos aún perdurarán.
Llego al Ayuntamiento; un conserje me acompaña por los nobles pasillos, cómo es sábado no está abierto al público y todas las visitas deben ser concertadas y debidamente acompañadas. Ya estamos en la antesala, me pide que espere. Un par de minutos y Joan puede recibirme. Un agradable perfume envuelve el despacho; Joan se acerca y cogiéndome del brazo me pide que entre. Nos acercamos a su mesa y abriendo un cajón extrae un sobre.
Tengo una buena noticia para ti, en los despachos del poder se te ve con buenos ojos. Con una sonrisa me da el sobre, veo que es de la Presidencia de la Nación. Lo abro y no puedo creer lo que leo.
Joan dice algo de felicitar al nuevo Jefe de la Policía Metropolitana, y me regala un largo y cálido beso.
Creo que es el momento de preguntarte algo que quiero saber. Joan ¿quieres casarte conmigo?.
Estaba deseando que me lo pidieras,
Nos volvemos a fundir en un tierno beso.
¿Esto quiere decir que si?.
Claro, tonto mío.
FIN.
Acabado de escribir a máquina el 14 de marzo de 1992 en Alicante.
Acabado de escribir en ordenador el 21 de mayo de 2014 en San Fulgencio.
Acabado de escribir a máquina el 14 de marzo de 1992 en Alicante.
Acabado de escribir en ordenador el 21 de mayo de 2014 en San Fulgencio.
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