sábado, 23 de febrero de 2019

Capítulo 42º.



 Estoy sentado frente a los monitores que enfocan cada uno de los arcos de seguridad; dispongo de una consola con dos botones para cada arco, uno verde que indica vía libre para el visitante, y otro rojo. Tanto Delgado como Jeff me ayudan para tratar de identificar a Krant. Temo haberme equivocado y que el Carnicero haya elegido otro camino para introducirse en el Palacio de Congresos; de inmediato desecho la idea por la imposibilidad casi al cien por cien de que lo haya hecho, antes de abrir la puerta principal se sellaron las otras.
 Van pasando los minutos y no llega; las burradas de Jeff y Delgado sobre los atributos femeninos de una impresionante rubia hace que pose mi vista en el monitor que miran. Mis ojos recalan un solo instante en la joven, de inmediato me fijo en el tipo al que enfoca en primer plano la cámara. El corazón me acelera el pulso, a pesar de la peluca, el bigote, las gafas y el sombrero, a Krant le delata el odio que le profeso. Delgado y Jeff también lo reconocen.
 Pulsar el botón rojo y salir zumbando al encuentro del Carnicero, es todo una. Me acompañan todos mis hombres; les pido tranquilidad, aún nos separan de L. K. unos treinta metros y decenas de inocentes, todos aferramos nuestras armas. Los agentes del arco, después de retener a Krant lo justo, al vernos le dejan expedito el camino.
 El asesino se acerca a la rubia con una tranquila y relajada sonrisa, piensa que todo va a resultar más fácil de lo que creía. Está saboreando la masacre que está dispuesto a ocasionar.
 Los chicos avanzan ya desplegados y con las armas cortas desenfundadas y montadas, listas para abrir fuego a una orden mía. El alboroto que empezamos a generar en las personas entre las que avanzamos puede alertar a Krant. Veo como aparecen, por los costados de la entrada, fuertemente armados los de asaltos. Por fin estoy a menos de diez metros de él. Veo como aproxima a la rubia; esta se gira y me ve, la muy jodida reacciona con un gritito cuando descubre la pistola en mi mano. krant me ve, nuestras miradas se vuelven a cruzar como la última vez, solo que ahora lo voy a cazar.
 El Carnicero, no lo duda ni un segundo. Se abalanza sobre la mujer y le agarra fuertemente el pelo, expone su largo cuello que adorna con una especie de cuchillo blanco. Lo hunde significativamente en la garganta hasta hacer que le brote un pequeño reguero de sangre. Luego, cuando ha atraído nuestra atención, advierte.
 Un paso más y la degüello. Ninguno de los presentes dudamos de que lo hará, aunque le servirá de bien poco.
 Que nadie se mueva. Digo en voz alta. Mi orden es vana, un joven policía asignado en un arco se abalanza sobre él. El cuchillo se mueve rápido, del cuello al ojo del agente, y vuelta al cuello de la rubia, solo que ahora con sangre de un agente que ha caído fulminado. El duro y afilado cuchillo ha debido penetrar en su cerebro.
 krant se desabrocha la americana, nos muestra las gomas explosivas que lleva alrededor de su torso. Advierte de nuevo.
 Si alguno de sus hombres vuelve a hacer una tontería, volaremos en pedazos. Llevo suficientes explosivos como para preparar una masacre. Estas palabras hacen que los curiosos que, a pesar de las indicaciones de los agentes, aún permanecen en las inmediaciones comiencen a volatizarse.
 Krant, sus bombas, su rehén y nosotros. Si había algo que estaba claro, eso era sin duda que Krant no iba a salir de allí con vida, costase el precio que costase.
 Tengo que conseguir que pierda su seguridad, que se desmorone, decido apostar fuerte y presionarle.
 Se que eres un cobarde, no lo harás, aprecias demasiado tu asquerosa vida como para dar ese paso, vamos ríndete... Tendrás un juicio justo.
 ¿Crees que está hablando con un subnormal?... Recuerdo que con este pringado ya van veintidós polis con pasaporte al más allá. El claro desprecio de sus palabras hace que algunos hombres hagan amago de usar sus armas. Tengo que gritar un quietos tajante.
 Venga disparad si tenéis cojones. su mano libre está posada sobre el mecanismo de un iniciador. La rubia con el rímel corrido, gimotea y suplica que la suelte. Volaremos en mil pedazos, será rápido e indoloro; al fin y al cabo, si me entrego acabaré en la horca.
 Está bien te creo. Haré que salgas de aquí sano y salvo. Le digo para ganar tiempo... A Delgado le ordeno, por el contrario, que en cualquier caso, Krant no debe de salir de allí con vida. Voy a tratar de cambiarme por la joven y trataré de desarmarlo; si caigo en el intento quiero que ordenes a Jonatan que lo abata, que no escape, fusilarlo como a una rata.
 Quiero un helicóptero, lo quiero ahora mismo, la chica vendrá conmigo.
 Acepto, pero la chica no va a ningún lado. ¿Quién sabe si no es tu cómplice?.
 Averígualo, pero lo sabrás en el infierno.
 Escúchame, maldito hijo de perra... O me llevas a mi como rehén o rompemos ahora mismo la baraja. La mayoría de los agentes han ido retirándose ante el riesgo de una explosión. Solo mi equipo y tres tiradores selectos de asaltos permanecemos junto a Krant y su rehén.
 Mi inflexible respuesta parece que surte el efecto deseado, el Carnicero acepta el cambio.
 Pero póngase unas esposas. Aprovecha la ocasión para sacarse uno de los artefactos que se lo coloca bajo su sombrero. Si Jonatan le dispara a la cabeza, explotarán las cargas, todo habrá terminado.

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