sábado, 23 de febrero de 2019

Capítulo 45º.




Quince horas del viernes. Jefatura.

 Estampo mi firma en el informe para mis superiores, y doy con ello por superada otra misión. Con el Congreso felizmente clausurado, dentro de unos meses pocos recordarán quien era el Carnicero de Belfast, aunque a mí nunca se me va a olvidar.
 Abandono Jefatura... Ahora con muestras de simpatía por doquier... Muchos agentes, dejan lo que están haciendo, se levantan de sus asientos y  aplauden a mi paso... Me siento compensado de sobra, casi abrumado por tanto alago aligero el paso. La enorme mole del sargento Mohamed se interpone entre yo y la puerta. Se cuadra y me saluda, suelta una risotada y me estrecha en sus brazos, eso si, después de pedirme permiso.
 Sabía que lo haría, todos los muchachos están orgullosos de usted.
 Gracias. Le digo soltándome de su abrazo de oso. Yo también sabía que lo acabaríamos cazando, pero recuerde sargento que eso ha sido posible por el esfuerzo colectivo, y sobre todo por el valor de los hombres que han dado sus vidas para lograrlo.
 Bajo las escaleras y respiro hondamente el aroma suave del aire. Me entremezclo con la gente que continúa con sus vidas. Me siento liberado de un gran peso, y noto como la vida recomienza cada día sin apenas mirar hacia ayer.
 Ando por mi ciudad y me siento más parte de ella; se que hay más que nunca he hecho algo para merecerla.
 Veo a Fredy que viene en mi dirección, me ha visto. Mientras se acerca lleno de alegría infantil, grita su mercancía.
 Extra, extra, el Carnicero de Belfast abatido a tiros por la policía, extra, extra.
 Dame uno Fredy, y toma. Le digo alargándole una moneda de un dolar. Muy digno me la rechaza.
 Los héroes no pagan, al menos hoy. No puedo evitar sonreír mientras desaparece rápidamente entre la multitud.
 Mientras me acerco a casa recuerdo las últimas palabras de L. K., lo referente al piano y mi odio hacia él... Sus palabras no tenían ningún sentido para mi... En absoluto.
 Llego a la puerta... Introduzco la llave y ... Antes de girarla, pienso que Krant solo pretendía darme la clave de uno de sus juegos asesinos. Difícilmente podía conocer mi odio hacia él, excepto el normal por las bajas que había producido al cuerpo de policía; en cuanto a lo de comprarse un piano... decidí darme una vuelta por el exterior de la casa; una de las ventanas, de guillotina, de la planta baja cedió a mi presión, no tenía el pestillo puesto, a pesar de que yo nunca dejo nada sin cerrar y asegurar. Sin duda había sido forzada; entré por ella directo al salón... La tapadera del piano estaba abierta, echo en falta la tarjeta de tafetán rojo; unos metros más allá la veo tirada y arrugada... Me agacho, con delicadeza la cojo, la desdoblo y la envuelvo de nuevo en su envoltorio, la devuelvo a su sitio.
 Me acerco a la puerta de entrada, y allí estaba el regalito. desmonto con cuidado el artefacto, rudimentario pero destructor y  efectivo; suspiro. Esta vez fallaste cacho desgraciado.
 La tarde se apodera de la metrópolis; poco a poco la luna, más plateada que de costumbre, toma su sitio en el estrellado y refulgente firmamento. En el más allá, Krant habrá de seguir esperándome... no hay duda de que algún día iré, pero eso será cuando me toque.

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