Siete horas del viernes. Bar Pacífico, frente a Jefatura.
A menudo medito mis casos más complicados aquí. Aunque es un lugar por lo general abarrotado y ruidoso, sobre todo a la hora entre los relevos, consigo aislar mi mente, organizar mis pensamientos y sobre todo considerar mis deducciones, osea consigo hacer trabajar la cabeza.
Acostumbro a no beber alcohol en locales públicos por diversas razones, pero cuando los casos se ponen cuesta arriba prefiero tomar una copa, sobre todo después de una sobredosis de cadáveres, nadie está del todo preparado para asimilar estas criminales escenas.
Aquí tiene su Jack Daniels, doble y con hielo.
Gracias Frank.
Parece ser que la prensa tiene razón, el tema debe de ser gordo para romper su habitual abstención.
No creas todo lo que veas u oigas. Frank contraataca con la zalamería propia de los barmans de toda la vida.
Yo no creo en lo que el malhablado de Manzano escribe.... Pero sí en lo que mis clientes toman... Y usted comisario, solo bebe cuando hay marejadilla o borrasca, y no lo comprendo del todo.
Pues a lo mejor resulta que es porque me sienta bien, ¿entendido?. trato de cortar y abreviando le digo apurando el bourbon. Anda calla y pon otro igual.
Lo que yo le diga jefe. Frank se encoje de hombros y me sirve la copa.
Estoy saboreando el whisky, cuando el barman me alerta de la presencia de Manzano; veo que hoy no es mi día. Me ha visto y después de señalarme con la mano con la que sujeta un humeante puro, se acerca hasta donde me encuentro. Sorteando al personal que hace un rato ha empezado a llenar el local, trae consigo su enorme e hipócrita sonrisa, y como un tic nervioso se acicala los cuatro pelajos que aún le quedan en su dura mollera.
Hombre, que casualidad, precisamente quería verte. Dice como si no se tratara de un encuentro fortuito.
Pues aquí estoy, ¿qué se te ofrece?. Le respondo sin mover un ápice mi postura.
Óyeme, iré directo al grano. ¿Porqué no sueltas a los chicos?.
Tú siempre dando. Le respondo. Que yo sepa han cometido un delito bastante grave.
Mira Martín, amigo mío, llevar una radio de frecuencia no es un delito en este Estado., al menos hasta ayer.
Le hago ver, por si lo desconoce, lo cual lo dudo mucho, que sus muchachos espiaban una investigación criminal, y que eso. precisamente, se castiga muy duramente en el Estado y en toda la Nación.
Mi abogado los sacará enseguida.
No lo dudo, lamentablemente así está la Justicia. Ahora... por favor... te dejo tengo mucho trabajo. Manzano no se da por vencido y sujetándome del brazo, dice.
¿Y lo de los Álamos, qué me dices?. Un pajarito me ha contado que es cosa del Carnicero.
Está visto que no escarmientas ¿eh?.
Se también, prosigue tirándose un farol, que esta mañana va a dar una demostración de fuegos artificiales para animar el cierre del Congreso por la Paz.
Tonterías.
Tengo un extra para tirar a la calle; cincuenta mil ejemplares, antes de que se abran las puertas del Palacio de Congresos. Manzano ríe; me da un ejemplar que saca doblado del interior de su americana.
Los titulares sensacionalista alertan de la más que posible Masacre en el Palacio. Se lo devuelvo asqueado, sin desdoblar, golpeándole en el pecho con el vomitivo diario.
Pediré al Juez de Guardia que ordene la confiscación de todo los ejemplares. Le amenazo entrecruzando el ceño.
¿Y como lo harás?. Acaso vas a movilizar a todos los agentes de la ciudad para hacerlo, con la que te está cayendo encima. Manzano se siente victorioso y continúa. Además, ¿acaso te crees que soy estúpido?. Los periódicos están diseminados en lugares secretos de toda la ciudad, listos para ser repartidos a cientos de vendedores callejeros.
Echándose hacia atrás y aspirando una bocanada de humo, remata. Dentro de diez minutos, si no aviso, empezará el reparto.
¿Qué quieres?. Le pregunto.
Que sueltes a los chicos sin cargos, ya te lo pedí al principio. Ah, y que me digas donde y cuando, quiero la exclusiva fotográfica.
Llama, para la emisión. Tú ganas.
Cuando por fin me deshice del pesado de Manzano, me dirigí a mi despacho en Jefatura. Cogí la foto robot de L. K., que ya tenía cara oficial, y cómodamente sentado encendí un puro. Me relajé mientras poco a poco intentaba adentrarme en la cabeza del Carnicero. Tenía que conseguir descubrir sus intenciones, deducir sus siguientes pasos. Hasta ahora solo habíamos jugado al gato y al perro, escapando siempre el gato a los colmillos del perro. Lo malo del asunto es que aquel juego era mortal de necesidad; era un juego en el que no era preciso ser invitado para participar y la apuesta más común era la vida. L. K. se estaba convirtiendo en una auténtica pesadilla, y no solo para mí, sino para la ciudad entera.
Las volutas de humo jugueteaban con la lámpara, envolviéndose en el flexo metálico y acabando por invadir el sombrerillo cubre la bombilla.
Todo tiene una lógica; todo sigue unas leyes, lo bueno y lo malo, el amor y el odio; todo sigue una espiral de acontecimientos previsibles, tal como las volutas de humo del puro cuando las expeles contra la lámpara, como las olas del mar cuando rompen contra las rocas.
Mi preocupación se concentraba en imaginar cuál sería la lógica del Carnicero. ¿Qué haría para colocar las bombas?. ¿Cómo se introduciría en el Congreso?. deberá de llegar hasta el salón de ceremonias sin ser detectado. Tenemos todas las ventanas, puertas, pasadizos, corredizos, canalizaciones, techos y sótanos controlados; además ahora, y esto es muy importante, conocemos su cara.
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