Entramos en la casa y atravesamos el recibidor que conecta con el amplio salón a través de un pasillo que acaba en una bella puerta de madera y acristalada con hermosos relieves. Frente a una apagada chimenea hay un juego de tresillo con una amplia pero baja mesa que combina a la perfección con el sofá y los sillones. Sentada en uno de ellos se encuentra la mujer de Albert, la señora Simpson. Nos ve y se levanta sonriendo, todavía no se ha apercibido de que apunto a su marido con una pistola.
Bonita decoración. ¿La eligió usted misma?. Me gusta aparentar normalidad, ser agradable y exhibir una buena educación; es muy excitante.
¡Oh, no!. Todo es obra de un decorador profesional; je, je, claro... Aunque yo puse algunos detalles. Dijo Louisse sonriendo tranquila. Veo que ya se conocen.
Albert se acerca a su esposa, la toma de las manos y haciendo una mueca llena de ironía, la besa y le dice.
Demasiado bien cariño. Es un impostor, creo que nos acaba de secuestrar. Louisse parece no entender nada; mira desconcertada al encantador señor Smith; insinúa que si se trata de una broma de mal gusto, esta no tiene la más mínima gracia. Intervengo enseñando a Louisse el arma que porto en la mano, dejo la bolsa en el suelo empujándola con el pie hacia la pared más próxima.
No es broma se lo puedo asegurar. Su marido dice verdad, aunque en honor a ésta, se le olvida decir que la situación la ha provocado él con su insana curiosidad. Así que el secuestro es enteramente culpa de su querido y estúpido esposo.
La señora Simpson se agarra atemorizada a su marido mientras le comento que me he visto obligado a matar a su perro. Veo y huelo como un estremecimiento recorre su cuerpo, despertando todos sus temores, ahora el miedo la invade, parece a punto de desmayarse, pero su marido la sujeta con sus brazos.
No tengo prisas, me recreo en todas y cada una de las situaciones que se van desarrollando; puedo aspirar el olor del miedo; me siento un ser superior, en otra escala, por encima del bien y del mal, un dador de muerte y terror. Louisse ya no mira con ojos dulces, ahora su mirada es hosca, llena de odio y atenazada por el miedo.
Vayamos a la cocina. Les ordeno. Quiero conocer a la cocinera.
La cocina es más grande que muchas casas de los parias de este mundo, no le falta detalle, incluida claro la cocinera. Louisse la llama.
Alejandra, acércate por favor.
¿Si señora, qué desea?. Alejandra deja sus labores, y se acerca secándose las manos en el mandil; no denota extrañeza, pues supone que los señores le van a presentar al nuevo jardinero, que supone es quien les acompaña.
La señora ya no desea nada, a partir de ahora son mis deseos los que mandan aquí. ¿Entendido?.
La criada no parece entender nada, puede incluso que esté temiendo por su honra, y no me extraña es una belleza. Le enseño el revólver. Ahora parece comprender mejor la situación; a pesar de ello no duda en mirar por la ventana hacia la casa del jardinero, con la esperanza que ambos no sean el mismo hombre.
Me temo que el jardinero no podrá ayudarles, él soy yo.
Y ha matado a Nico, delante mía. Aquello dicho por el señor Simpson parece impresionar mucho a Alejandra.
Pobre animal, era manso. ¿Por qué lo ha matado?. La pregunta que acompaña con un evidente gesto de dolor e impotencia, es despreciada por el Carnicero con un potente y sonoro escupitajo que lanza contra el suelo inmaculado de la estancia.
Basta de charla y absurdos sentimentalismos. Deberían preocuparse más por la gente que muere todos los días en el tercer mundo.
Por gente como usted, sin duda. Responde lleno de desprecio Albert. A lo que Krant, evidentemente enfadado por la apreciación del señor Simpson, no duda en golpearle brutalmente con el arma empuñada.
Louisse y Alejandra se interponen entre la furia del Carnicero y el malparado Albert. A cambio reciben también algunos contundentes golpes que acaban con ellas, junto al señor Simpson, por los suelos.
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