viernes, 1 de marzo de 2019

Capítulo 28º. 1ª parte.



 El dos cuartos es más grande de lo que parece por fuera. Hay un recibidor que es a la vez salón, tiene su televisor, una nevera pequeña, un microondas y algunos muebles, un pequeño dormitorio bien arreglado y con la cama hecha. Compruebo que las sábanas son limpias. El aseo, pequeño también, dispone de todos los elementos imprescindibles, así como de una variedad de artículos de limpieza y de aseo personal. Incluso atisbo a ver un frasco de colonia, y huele bien.
 Después de una ducha rápida me relajo encima de la cama. Poco a poco un agradable sopor me va introduciendo en el mundo de los sueños.
 Me veo en medio de una carrera por la vida, mi vida, huyo a través del monte perseguido por una jauría de perros; puedo oír mientras corro las voces de mis perseguidores entremezcladas con ladridos y jadeos. De pronto me encuentro ante un enorme precipicio, me detengo y horrorizado veo como algunos perros se encuentran muy próximos. No tengo salida.  Observo como un policía levanta su fusil y me encara con el arma. Siento las dentelladas de los sabuesos; caigo y ruedo por el suelo envuelto en un amasijo con los canes. Nos lanzamos al vacío.
 Un fuerte ruido me despierta. Abro los ojos, observo la habitación donde me encuentro, en principio se presenta extraña, empiezo a recordar, noto la presencia de un extraño.
 Señor Smith... ¿Está usted ahí?. Recuerdo que ese es el nombre que le dí a la señora Simpson. Me incorporo y salgo al salón/recibidor; un hombre de aspecto agradable y cara amistosa, se auto presenta como el señor Simpson.
 Albert Simpson. Me dice y alarga su mano en señal de saludo. Me dijo mi esposa que bajara a invitarle a cenar, si le parece bien. Veo que quedó dormido.
 Si... Sonreí. Vaya son más de las seis. Le dije mirando mi reloj de pulsera.
 Le debí despertar al caerse esta bolsa. La bolsa la había dejado encima de la silla que había puesto detrás de la puerta, y a propósito a fin de que se cayera y actuara a modo de alarma, por si alguien entraba. Y eso es justo lo que había hecho el señor Simpson al tratar de entrar en la casa.
 Automáticamente la recojo y aparto en un rincón, ahí está toda la artillería.
 ¿Qué diablos lleva ahí dentro?. Hizo un ruido a hierros.
 Nada importante. Le contesto. Solo unas cuantas herramientas de jardinería y para chapuzas.
 A pesar de que he alejado del tal Albert la jodida bolsa, en un descuido veo como la curiosidad es la madre de todos los metepata, y nunca sale gratis. Tengo que abalanzarme sobre el tipo que ya la está abriendo. Después de derribar lo me encargo de nuevo de la bolsa.
 Mierda, ya se complicó otra vez la cosa. Le pregunto al señor Simpson, que permanece pálido en el suelo, que cuántos son en la casa, y le advierto, con mi revólver de dos pulgadas del calibre 32 en la mano, que no dudaré ni un momento en acabar con su vida si me miente.
 La cocinera y mi esposa, junto conmigo somos los únicos habitantes de la casa.
 La cocinera... ¿Dónde duerme?.
 Duerme fuera, en su casa. Albert colabora, está acojonado.
 ¿A qué hora se marcha?.
 Dentro de un rato. Después de servir la cena. Creo que sospechará si no vamos pronto.
 Pienso que el tipo tiene razón. Sin dejar de apuntarle le ayudo a levantarse; le indico que se aparte hacia la puerta, cojo el silenciador del revólver y se lo pongo al arma.
 Ahora iremos sin hacer tonterías a la casa grande.
 ¿No será usted el terrorista ese del que hablan por la tele?.
 Bingo, siga adelante y mucho cuidado con meter de nuevo la pata, como puede ver la pistola lleva silenciador, le dejaré hecho un colador antes de que pueda alertar a nadie, y sin ruido alguno, ojo. El sudor perlaba la frente de mi rehén.
 Estamos a punto de alcanzar la puerta de entrada a la vivienda, cuando un enorme perro aparece de improviso. El sueño anterior se me representa, sin dudarlo un instante apunto con el revólver al animal y le descerrajo tres tiros. El bicho se retuerce durante breves segundos, y por fin se queda quieto. El hombre protesta.
 Dios mio, Nico es un animal inofensivo, solo quería jugar.
 Era.
 ¿Cómo?
 Digo que era, ahora está muerto. Odio a los perros, maldita sea, siga y calle. Recargo sobre la marcha el arma, no quiero más sorpresas. Le empujo para que siga adelante, le meto el cañón del arma en el costado, haciendo que se retuerza de dolor.
 Que mierda importa un perro, yo me preocuparía más en pensar cómo saldrán de esta, vamos muévase payaso.

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