Minutos después en el Río Durango.
Una ruidosa lancha navega río arriba surcando las oscuras aguas; las voces de los navegantes mezcladas con el tumultuoso rugir de la máquina se oye a ambos lados de la orilla; el conjunto de ruidos altera el tranquilo discurrir de la corriente. Parece que a bordo de la lancha se celebre una gran fiesta, pues a pesar de que solo son dos hombres los que la ocupan, la mezcla de las voces y de las risotadas superan con creces el rugir del motor de la embarcación.
Ja, ja, pero tío no ves que la carretera está a la derecha, menudo pedo llevas. Dice uno de ellos haciendo grandes esfuerzos por sostenerse en pie sobre la movida cubierta.
jo, jo, con que carretera... Estamos navegando por el rio, no vamos conduciendo por la calzada, que no te enteras. Le informa el segundo sujeto, que sujeta a su bola el timón.
¿Seguro?. ¿En el rio?.
Si en una lancha, que no te enteras, tu si que vas mamao. Le contesta con sorna.
No se nadar, je, je. Ríe estúpidamente.
Tranquilo, si naufragamos no se lo diré a nadie. Responde el que hace las veces de timonel.
¿Cómo puedo saber que no me mientes?.
Fácil, yo tampoco se nadar, jo, jo. remata.
Acaba de pronunciar las palabras, cuando un violento crujido sacude la frágil embarcación. Los dos hombres son lanzados violentamente a un lado y otro de la pequeña nave. Uno de ellos, el pasajero que no el timonel, es arrojado al agua.
Socorro, socorro, me ahogo. Implora el naufrago, súbitamente sereno y acobardado.
Tranquilo socio, ya la tengo controlada. Grita el piloto cuando por fin consigue detener la lancha. La acerca al caído y observa la envolvente oscuridad provisto de una linterna de emergencia y pregunta. ¿Sigues ahí amigo?, no te veo.
Estoy aquí, maldito borracho, a tu derecha.
Sigo sin verte, ¿donde coño estás?.
A tu otra derecha, coño.
Te veo, te veo.
Vaya, aquí no cubre, hago pie.
No es posible, en todo el rio cubre a medio metro de la orilla, el que hayamos encallado no es normal. Responde el piloto, que tras el gran susto también aparenta estar sobrio.
Pues será un submarino, desde luego parece metálico, se aboya bajo mi peso.
El de la lancha lo alumbra y vislumbra bajo la motora lo que parecen ser los lanza destellos de un coche patrulla. sube al compañero a la nave que ya estabilizada parece no haber sufrido grandes daños.
Un vehículo policial que los observa desde la orilla les inquiere que sucede.
Un rato después la zona es un hervidero de coches policiales, que juntando la luminosidad de sus pirulos, junto con los de los bomberos y ambulancias que se han ido concentrando, dan a aquel recodo del Durango una apariencia cuasi irreal.
Dos hombre rana del Cuerpo de Bomberos acaban de ajustar dos cables de grueso acero al patrullero sumergido. Una potente grúa del mismo cuerpo comienza a tirar del vehículo. Las voces de todos los que asisten a la operación van declinando conforme se empieza a ver el coche. Cuando por fin la grúa deja de enrollar cable, todos miran con respeto y silencio el auto. Nadie se mueve, solo las centelleantes luces, todos callan, hasta los motores; el silencio parece tener cuerpo, se ha transmutado sólido, como una roca impenetrable, como las preguntas que se hacen los compañeros de los caídos.
Un agente abre la la puerta del coche, el agua que aún quedaba dentro acaba saliendo de golpe. La cabeza del agente Juan Sánchez, cuelga de forma macabra moviéndose por el empuje del agua liberada.
Antes de que su cuerpo caiga fuera del auto, el agente lo sujeta con ambas manos; otros compañeros se abalanzan en su ayuda. Entre todos los sacan del coche y colocan respetuosamente sobre el suelo.
Unos minutos después, los hombre de Martín comprueban palmo a palmo el vehículo. No encuentran evidencias que relacionen el crimen con Krant, solo una bala de plomo, propia de un revólver que extraen del volante. Delgado se acerca con un mojado libro de incidencias. Me lo entrega abierto por la última anotación, que afortunadamente conserva sus anotaciones.
Creo que hemos tenido suerte señor.
Vaya, dejaron sin realizar su última misión. Premio, avenida de los Álamos 215.
Nos vamos. Delgado, Jeff y Jonatan se apresuran siguiendo al comisario el cual corre hacia su vehículo. Cuando los hombres llegan al auto, el comisario ya está hablando por el equipo con Jefatura, allí Monroe, Francoise, Smith y el capitán Ziessman con sus hombres aguardan las órdenes de Martín.
Ziessman, dice Martín, usted permanezca con sus hombres en situación de alerta roja.
A sus órdenes. Todos los del coche pudieron oír el taconazo, Martín se echó las manos a la cabeza, Delgado hizo un comentario sobre la capacidad mental del nuevo capitán.
Está bien, vamos Delgado a qué esperas, a los Álamos. La orden de Martín fue ejecutada de inmediato.
Antes de que el coche desaparezca de nuestra vista, hago una última mirada a los dos bultos de la orilla, dos policías asesinados sin duda por el perturbado asesino de Krant. Por mucho que lo intento no alcanzo a comprender la mentalidad del Carnicero, y se que debo de hacerlo, ya que así tendré más posibilidades de detenerlo. Hasta ahora sabía que con seguir el rastro de cadáveres llegaría hasta él. Pero estaba claro que aquello no daba grandes resultados, con Krant, jugar al gato y al ratón era un error que rayaba con la tragedia.
Me apercibo de que nos sigue un coche, se lo hago saber a los muchachos.
Gira en la primera a la izquierda y para al principio de la calle. delgado lo hace.
Bajaros. Les digo a Jeff y Jonatan. Ahora sigue adelante, para. Le indico cuando hemos avanzado unos cincuenta metros. El coche que nos sigue aparece por la calle, sobrepasa a Jeff y a Jonatan. Cuando ve nuestro auto cruzado, intenta dar marcha atrás; demasiado tarde, un enorme rifle y una mágnum del 45 les apuntan.
Venga, fuera los dos con las manos en alto, que las vea. Rápido, rápido, contra el coche.
Tranquilos no somos delincuentes... No se le vaya a disparar ese cacharro.
Vaya, si son los chicos del buitre de Manzano. El comisario no se lo puede creer, mueve negativamente la cabeza, con aspecto de cansado. Les pregunta de muy mala uva. ¿No os dije que no quería volver a veros?. ¿Acaso no he hablado claro, eh?.
¡Ah!. ¿Era en serio?. Responde Tony.
¿Bromeas?. Está bien, no tengo tiempo que perder; echad un vistazo al coche y reventad las ruedas.
Delgado y Jeff revisan el coche en tanto Jonathan sigue apuntándoles. Martín le indica que ya no es preciso eso. Estos pájaros no echarán a volar. Dicho esto se acerca de nuevo al auto y desde el equipo llama a su otro equipo, y les comunica que les esperen en las inmediaciones del punto de encuentro, pero alerta. llegaremos con retraso.
Delgado se acerca a Martín y en plan misterioso dice.
Bueno jefe, una vez que Monroe y compañía saben que llegaremos tarde... ¿Qué hacemos con esta pareja de dos?.
Martín perplejo pregunta. ¿Cómo diablos sabe lo que le he dicho a Monroe?.
Fácil, jefe, con esto... En el coche de los del buitre de Manzano hallé este distorsionador de frecuencias. Puro y duro espionaje policial comisario. Contesta Delgado enseñando el aparato.
Esto pasa de castaño oscuro, lo veo negro, muy negro. Déjalos esposados al coche. Y revienta las ruedas ya Jonatan. Lo que hace el agente sin más esperas.
Los dos reporteros de esta guisa, se quedan a la espera de que algún patrullero pase por allí.
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