lunes, 11 de marzo de 2019

Capítulo 2º.



 A orillas del Caribe se extiende una de las mayores metrópolis americanas, moderna y cosmopolita, que sin recato se mira en su esplendoroso pasado colonial. Calles, plazas y fortalezas recuerdan el paso de los españoles por ella, y en la que aún habitan multitud de sus descendientes.
Hoy es una de las más bellas y coloristas ciudades del mundo, lo que sigue demostrando a diario, abriendo sus brazos a todos aquellos que desafiando distancias y dificultades deciden asentarse en ella.
 Los carteles de sus tiendas y restaurantes hablan por sí solos de la inmensa variedad de razas y procedencias de sus moradores.
 Sus calles, plazas y parques exponen una inigualable amalgama de gentes, una ciudad sin miedo al extranjero, sin odio ni prejuicios hacia el que es diferente, una ciudad abierta al mundo.
 En la parte vieja se rinde tributo al pasado, y entre los modernos y gigantescos rascacielos de la parte nueva se mira al futuro. En medio de las dos y adentrándose en la inmensa llanura que rodea la ciudad, florece una colorista y enorme variedad de chalets, unos mayores con todos los lujos imaginables, y otros menores, más acogedores. Como nexo de unión un impresionante y vasto entramado de carreteras y autopistas, que conforman una perfecta obra de ingeniería por donde todos los días circulan millones de vehículos.
 Las noches transforman toda el área metropolitana en un pulular de  enjambres de luciérnagas, solo comparable en belleza con la vista de nuestra galaxia, que las abundantes noches de cielo despejado dejan admirar desde las colinas próximas.
 Bañada por las cálidas aguas caribeñas y acariciado por la suave brisa que de ellas arranca, hacen de esta bella ciudad una auténtica perla.

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