domingo, 3 de marzo de 2019

Capítulo 19º.



 El capitán Kolleman vuelve a sorprenderme con su taconazo.
 Capitán Frank Kolleman a sus órdenes. Listo y preparado para la acción inmediata.
 Perfectamente cuadrado como si de un marine se tratara, el capitán sigue inmóvil esperando una orden mía para descuadrarse, descansar o como diablos se diga en el argot militar. En vez de eso, me levanto del sillón y con voz amenazadora le recuerdo:
 Le he dicho mil veces que no pegue esos taconazos en mi despacho y que no quiero oír esa perorata cada vez que le hago venir. ¿Lo entiende o se lo tengo que repetir de nuevo?. Le pregunto visiblemente enojado. Claro que eso es como luchar contra molinos de viento, ya que después de un “a sus órdenes” vuelve a reincidir con su taconazo militar.
 Usted no tiene remedio capitán, en fin, siéntese, póngase cómodo. Le indico el sillón del fondo.
 Capitán, ejem. Carraspeo. Tengo que hacerle una seria advertencia que no quiero que caiga en saco roto. Se sienta, eso sí, sin relajarse, y con un amago de nuevo taconazo y saludo, que aborta ante mi severa mirada.
 Primero dígale a su mejor tirador que se ponga bajo mis órdenes directas, me acompañará hasta nueva orden, día y noche, le asignará a mi coche, e irá conmigo a todas partes donde yo vaya.
 Le mandaré a Jonathan, es mi mejor soldado, un tirador selecto, silencioso y cien por cien efectivo, una joya vamos. Sonríe, colocándose adecuadamente su pañuelo de camuflaje.
 Ok, de acuerdo, en cuanto salga de aquí me lo manda. Segundo: quiero que no arriesgue a sus hombres innecesariamente, insisto, cuando digo innecesariamente me refiero exactamente a eso.
 Mis hombres son soldados y como tales... Le corto enfurecido, este  tipo me saca de mis casillas.
 No son soldados. Alzo la voz tanto que puedo observar a través de los cristales del despacho, como algunos agentes cercanos levantan su mirada. Son policías, y como tales. Recalco el “como tales”. No arriesgará  de forma innecesaria sus vidas. Quiero que le quede meridianamente claro que no voy a permitir carnicerías. Le prohíbo terminantemente que  que mueva a sus hombres a menos que yo se lo ordene.
 A sus órdenes, pero le recuerdo señor comisario que después del primer tiro... mis hombres dejan de ser sus policías y pasan a ser mis soldados.
 El primer tiro lo daré yo, y solo esa será la orden para que actúe usted. Aquí tiene la orden por escrito y duplicado; firme las dos y quédese con la copia. Le digo entregándole las órdenes.
 Muy bien capitán. Le digo recogiendo el original. Ahora márchese y tenga a sus hombres en alerta, sin taconazos ¿eh?. Adiós. Le despido.
 A las seis de la mañana me quedo dormido, recostado en el sillón y mirando la foto de Jeaninne y las niñas.
 Sueño con ellas. Estamos los cuatro en un parque de la ciudad al que solemos ir a menudo. Mi esposa y yo observamos, sentados en un banco, como corren y se divierten las niñas. Ella ríe alegre, apretada sobre mi pecho, meso sus cabellos largos y sedosos. De pronto me pregunta:
 ¿Quieres un helado cariño? Su voz me encanta siempre, cuando habla, cuando ríe o canta, hasta cuando se enfada y hace grandes esfuerzos por agriarla, lo que nunca consigue aunque lo intente. Siempre acaba poniendo un morrito que provoca mi risa y mis besos.
 La estrecho con mis brazos y le respondo con un te quiero.
 No seas tonto y dime ¿te apetece un helado?. Insiste frunciendo su ceño, haciendo como que se enfada.
 Si quiero un helado. Le digo cediendo. Pero ya iré yo, tu sigue aquí.
 No, no, quédate tú guardando el sitio, iré yo. Insiste y lo hace a pesar de mis protestas.
 La veo como se aleja y llama a las niñas. Las tres se dirigen, entre risas y miradas cómplices hacia donde me encuentro, a un pequeño camión de venta de helados y caramelos. Entonces me fijo en la cara del vendedor, el cual dirige su mirada directamente a mí. Me resulta conocido, ahora lo puedo ver con toda claridad, es como si su cara se hubiera acercado hasta mis propias narices. Un escalofrío recorre mi cuerpo, lo reconozco, es él, es el carnicero de Belfast, es Luis Krant. Me levanto de un salto del banco, corro hacia ellas gritando para que se vuelvan, pero no hacen caso a mi llamada. Mi corazón late con fuerza, quiere salirse del pecho. Noto el aire que abre mi americana. Veo como las tres piden sus helados. La sonrisa cínica de L. K. Precede a la terrible explosión.

No hay comentarios:

Publicar un comentario