domingo, 3 de marzo de 2019

Capítulo 15º.



 Una de la madrugada del jueves.

 Cada día que pasa, cada momento que transcurre me siento más solo, extranjero en mi propia intimidad. Sin patria ni esperanza. Temido, odiado y rechazado. Con la noche mi ansiedad aumenta, noto un ahogo que siento  físico, pero que lo produce mi mente, mi pensamiento. Hay momentos en los que ninguna terapia de auto control funciona; en esos momentos en los que se confunden realidad e imaginación, empiezas a doblegarte porque ya no resistes más la presión. Y de pronto, como salido de la nada, un inmenso calor inunda mi cuerpo y cedo, y busco, y hallo en mi mente las imágenes, los recuerdos imborrables de tantas ocasiones. No son recuerdos de gozos y pasiones; éstos llegan acompañados de sonidos huecos, lúgubres, tañidos del más allá, como si procedieran de las tumbas de los que dejé atrás. Y sí, también puedo ver los gusanos que los carcomen en las frías fosas de las que ya nunca saldrán.
 Se produce el cambio, mi agitado pecho vuelve a la normalidad; las venas del cuello y de las sienes, antes hinchadas, vuelven de nuevo a ser casi invisibles bajo la piel.
 Le pregunté a un taxista del centro, que de eso saben más que nadie, donde podía hacerme con los servicios de una señorita, vamos que dónde estaban las putas, dónde hacían la calle, y claro me lo indicó con todo lujo de detalles gracias a una sabrosa propina.
 El lugar era una larga avenida muy arbolada, con escasa luz, pero con algún que otro bar donde poder tomarse un trago de algo fuerte.
 Pienso, mientras circulo lentamente por la avenida, que todas estas guarras estarán sidosas, pero es solo un pensamiento irrelevante que desaparece a los pocos metros.
 Doy una segunda vuelta, más despacio aún que la primera vez, las voy observando detenidamente. Muchas son ya maduritas o entradas en carnes, valen poca cosa, no creo que puedan servirme. Me da que esta noche no voy a poder servirme de una de estas zorras.
 Estaba ya decidido a irme con la música a otra parte, buscaré otro taxista tal vez, y si veo al que me dio esta mierda de información le daré una corrección que no podrá olvidar.
 De pronto, de entre unos frondosos árboles apareció la putita. No debe de tener más de veinte años, calculé seguro de no equivocarme. Si, pensé, seguro. Creo que esta criaja me va a servir perfectamente.
 Paré el automóvil a su lado y con una amable sonrisa la invité a acercarse. Ella se apoyó de forma displicente en la ventanilla. Una forzada y falsa sonrisa remarcada en unos exageradamente rojos labios, era su nombre de pila, los provocadores, sensuales e impúdicos roces en su juvenil entrepierna, era su apellido.
 !Hola encanto¡. ¿Te apetece divertirte un rato?. Dijo Elizabeth haciéndose la dura, tal y como le decía su...
 Paseé mi lengua entre mis labios, sin que lo apercibiera, y con un ligero gesto le indiqué que subiera al coche, lo que no tardó en hacer. Reí para mis adentros.
 !Vaya, tú no estás nada mal¡. Exclamó Elizabeth palpando interesada los fuertes pectorales de Krant.
 ¿Has reñido con tu esposa? . Preguntó la joven. Seguro se respondió ella misma, mientras se arrimaba al hombre.
 Eres demasiado curiosa para ser solo una puta.
 ¡Vaya!. ¿Te gusta insultar, eh ?

 La agarré de su muñeca izquierda, apreté sus delicados huesos, se quejó e intentó desasirse, apreté hasta convencerla de la inutilidad de sus esfuerzos.
 Una vez calmada y a la vez que se daba un masaje sobre la dolorida extremidad, preguntó: ¿bueno a donde me llevas?. Elizabeth estaba convencida de que aquel tipo solo quería ser desagradable y trataba de humillarla, como tantos otros lo habían hecho antes.
 Tranquila bomboncín, ya llegamos. Le dije con una traviesa, y en cierto modo, tranquilizadora sonrisa. La putilla me devolvió la sonrisa, aunque aún se quejaba de dolor. Bien, eso me gusta.
 Dirijo el coche a una amplia y frondosa masa de árboles. Adentro el vehículo hacia un vericueto sin asfaltar, hasta que puedo comprobar que nos encontramos fuera de la vista de cualquiera de los que pasan a gran velocidad por la carretera que acabamos de dejar atrás.
 Detengo el vehículo, ella mira a su alrededor y le noto como su expresión se vuelve más y más humilde, su cuerpo juvenil más y más asequible, su persona más y más vulnerable. Me acomodo en el asiento, noto como su respiración se agita, está nerviosa y seguro que ahora mismo se pregunta cómo va a acabar esto.
 Cojo a la zorra del pelo, le echo la cara hacia atrás y le espeto. Aun no me has dicho tu nombre. Eli... Elizabeth, responde rauda. La atraigo para mí hasta que su temblorosa boca se pega a la mía.
 Transpira nerviosa, noto que por fin experimenta el miedo, un miedo que puedo considerar sublime. Lamo glotonamente las gotas de sudor que empiezan a aparecer por todo su rostro. Estoy tan cerca de ella que mientras la desnudo para poseer su cuerpo de casi niña, noto cada uno de los latidos de su corazón. Y casi puedo adentrarme en sus pensamientos, y sentir el temor que poco a poco la va invadiendo, sin que pueda hacer nada por evitarlo, sin que pueda hacer nada por escapar.
 Ahora enséñame todo lo que sabes hacer pequeña zorra.
 Cerdo, me replica armándose de valor, intenta arañarme... Le arreo un bofetón, llora y me suplica, la atraigo hacia mi boca y le muerdo los labios hasta que puedo saborear su cálida sangre que empapa mi paladar.
 ¿Te convences de lo inútil de tu resistencia, o tendré que molerte a palos? Le pregunto antes de soltarle otro guantazo. Intenta salir del coche zafándose como puede. Es pequeña y escurridiza, casi lo consigue; abre la puerta con habilidad, pero cae al lado del coche. La sujeto de la pierna y me abalanzo sobre ella, los dos desnudos rodamos por el suelo.
 Maldita golfa... Yo te ensañaré. Cuando acabé con ella, más le hubiera valido que la hubiera rematado en ese mismo momento. Pero no pude, me sentí flotando entre sensaciones cada vez más fuertes, cada vez más intensas. Le iba a dar una despedida digna de una reína, lo que nunca fue.
 Me levanté y me vestí, mientras la mujer se retorcía casi inconsciente sobre la hierba. Saqué sus prendas del auto, la sujeté del pelo y la arrastré lejos del camino. Formé un circulo con ramas caídas alrededor de ella y de sus ropas, vacié la garrafa de gasolina de repuesto sobre su cuerpo, que seguía vencido.
 Dejé caer con parsimonia una cerilla prendida. Aún permanecía inconsciente. Con el calor despertará, pensé.
 Ya en la carretera principal pude ver desde el espejo retrovisor como mi obra se erguía luminosa, amenazadora y desafiante desde un confín de la metrópolis.
 Me crucé con los bomberos a los pocos kilómetros. Se ve que tienen  un sistema rápido anti incendios, pensé. Estos tipos pueden hacer que mi trabajo no alcance las dimensiones que debería. Claro que el centro de la ciudad no es una rápida autopista, y la una del mediodía no es lo mismo que las dos de la madrugada.

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