Cuando Joan desapareció de mi vista, reapareció la estúpida faz de Monroe.
Maldita sea Monroe deja ya de hacer del último mohicano. Le dije mientras le señalaba amenazadoramente con el dedo.
¿Porque dice eso jefe? Yo no me parezco a los indios, soy rubio, no soy un piel roja.
Pero te vas a parecer al último de ellos el día que pierda el norte y te pegue un balazo en tu incordiante rostro pálido.
Se ve que se ha puesto durilla, ¿a que si jefe?. Dijo desapareciendo ante mi aparente mal humor, mal humor que solo era eso, aparente.
Acabé de cerrar unos sobres que había estado preparando, y sin más dilación me dirigí a la puerta del departamento; le dí al sargento unas instrucciones.
Mohamed atiende un momento.
Usted dirá comisario, soy todo oídos. Me dijo el enorme sargento.
Alerta a todos los chicos, conforme vayan llegando dales a cada uno el sobre en que figura su nombre.
¿A todos los chicos?.
Bueno, bueno, a todos los de mi unidad. Le puntualizo.
Ah, ok, ya veo, órdenes individuales.
Si Mohamed, órdenes individuales, personales o como quieras, pero cada sobre a su destinatario. ¿Ok grandullón?.
Si... supongo. El sargento puso cara de poker, lo que me indujo a pensar que su mente dilucidaba si había dicho algún inconveniente. O puede que solo estuviera organizando sus prioridades. En fin, se lo que hay, si este gigantón tuviera tanta capacidad intelectual como corporal, estaríamos ante un portento de la naturaleza, ante una mente prodigiosa.
Momentos después el sargento Mohamed repartía los sobres de la forma más rápida que conocía, se las dio todas a...
Oiga inspector Monroe.
¿Si sargento?.
Tenga órdenes individuales de su comisario. Y le dio todos los sobres.
Pero ¿porque diablos no me las ha dado a mí directamente?, ¿para que mierda se supone que estoy yo aquí?.
Escucha Monroe, no te lo tomes como algo personal, pero deberías saber que éste es el procedimiento habitual, cuando hay órdenes escritas estas han de pasar por el sargento de guardia.
Bueno, si claro, pero lo habitual es pasar un poco de los procedimientos, ¿o no?.
Pues no, eso son cosas vuestras. Ande no los pierda ahora. Terció el sargento Mohamed.
No hay problema sargento, no los voy a perder, solo faltaría eso, pero lo que pasa es que parece que el jefe me tiene manía.
Negativo, lo que pasa es que siempre ha sido muy suyo; es un gran tipo, aunque un poco raro, eso es verdad al ciento por ciento, pero es legal, muy legal, ya deberías saberlo.
¿Un poco? Más bien diría que bastante raro. Concluyó Monroe despidiéndose del sargento.
Monroe, de inmediato se pone manos a la obra y localiza a...
Delgado... ¡hola!. Toma órdenes individuales. Le dice dándole el sobre correspondiente. El inspector lo coge y lee el nombre que pone en el anverso.
Gracias Monroe, pero aquí pone Jeff. Contesta Delgado con un gesto de “esto no es para mi?.
Correcto, también observarás, si le das la vuelta, que pone tu nombre en el reverso. Le replica Monroe con otro gesto de “y ahora qué”.
Delgado da la vuelta al sobre susurrando algo inaudible.
Por cierto, pregunta comenzando a leer las órdenes del jefe, ¿sabes donde está Jeff?. Esto le va a interesar, a parte de que está claro que son órdenes.
Fue a tomar algo al “Pacífico”. Contesta Monroe refiriéndose al bar frente a la Jefatura.
Gracias voy a buscarlo.
Si ves a alguno de los chicos mándalos por aquí por favor.
Delgado le respondió con un “de acuerdo” y salió de la central.
Son las siete en punto de la tarde, las luces del alumbrado público acaban de encenderse, y la mayoría de los vehículos ya circulan con las luces de cruce.
Delgado espera a que se ponga verde el semáforo para los peatones; en tanto esto ocurre continúa leyendo las órdenes del comisario. Absorto y sonriente es sorprendido por el propio Jeff, que amigablemente le golpea en el hombro, sacando le de su aparente nirvana.
¿Que te hace tanta gracia Luis?.
¡Ah, hola Jeff! ¿Creí que estaba en el “Pacífico”.
Estaba, tu lo has dicho. Pero dime qué lees. Insiste Jeff.
Oh, nada... las órdenes del jefe.
Y qué tienen de gracioso.
Escucha socio, ya que también son para ti. Tenemos que interrogar a los componentes de la tripulación del vuelo en que vino el mal bicho de L.K.
Bueno eso incluye también a las azafatas ¿no?. Pregunta Jeff esperando una contestación afirmativa frotándose las manos.
Premio... es más, solo tenemos que interrogarlas a ellas.
¿Seguro?. El inspector Luis Delgado mueve afirmativamente su cabeza manteniendo una pícara sonrisa.
Bien por el comisario... ahora entiendo por que sonreías.
Los inspectores, ya sin más preámbulos se disponen a cumplir las órdenes. Toman su coche asignado y se dirigen al hotel “California”, donde a saber deben de encontrarse, aún, unas tal Winnie, Hellen y Marie.
Si Francoise se entera de esto le da un ataque de envidia que no sé si podrá superar, puede que se nos muera. Comenta jocosamente Jeff.
Se enterará, no lo dudes, je, je.
Las encantadoras y hermosas azafatas nos ayudan muy poco en nuestro trabajo, pero eso sí, nos alegraron decididamente la noche.
¡Ah... le amour! Suspiraba Delgado, ya de vuelta a Jefatura.
Eran unas diablesas. Dijo dejando caer las palabras Jeff, mientras mantenía su casi cerrada mirada fija en el asombroso espectáculo que ofrecía el cielo en esos momentos; el aire se dejaba sentir agradablemente en el descapotable que pilotaba tranquilamente Delgado.
Ser poli, a veces te da satisfacciones. Dice Jeff con cara de eso, de satisfacción.
A veces compañero, a veces. Repitió sin alterar su postura Jeff. El cálido viento movía sus cabellos.
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