Veintidós horas del jueves. Jefatura.
El tiempo pasa lentamente, noto que cada hora cuenta, cada una de ellas puede significar una vida menos, amargas cuentas de un rosario que el Carnicero se deleita en aumentar. La cabeza ha empezado a dolerme; por lo que decido bajar a comer algo al Pacífico. Me tomo un par de aspirinas. Me temo que será una larga noche en vela, en espera de que Krant de un nuevo paso en falso.
Los muchachos se toman con calma estas largas madrugadas. A veces creo que hasta les agradan, claro, solo de vez en cuando.
Bajo las escalinatas; la noche expande la cálida brisa del mar que hace que me sienta un poco mejor, bueno eso y las dos pastillas.
En los últimos peldaños, una familiar y pequeña sombra se vuelve y me saluda; vislumbro su infantil sonrisa enturbiada por briznas de dolor.
Hola Fredy. ¿Cómo estás muchacho?. Te veo apenado... Anda cuéntame. Le digo, a la vez que me siento a su lado. Le cojo el manojo de periódicos que aún le quedan por vender de la edición extra que han sacado algunos tabloídes, y pasando mi brazo por su espalda, espero a que hable.
¿Sabe comisario?... Yo conocía muy bien a Jack Donoban. Jack era uno de los agentes caídos. Haciendo un esfuerzo por mantener la serenidad impropia de su edad, sigue. Iba al colegio con su hijo, Ricky mi mejor amigo, tiene su mismo nombre. Sabe Jack era un papá formidable; si algún día vuelvo a tener un papá me gustaría que fuera como él. Yo sabía que Fredy hablaba en serio, sus palabras casi de hombre a pesar de sus escasos doce años, llegaban muy adentro. Le besé en la cabeza, y extrayendo un billete de diez pavos, le digo.
Por hoy ya has trabajado bastante, te los compro todos.
Se lo agradezco, esta noche no tengo ganas de nada. Si no fuera por lo triste de la situación, me reiría abiertamente de sus palabras y de como las dice, con propiedad y de corazón.
Vamos te invito a una hamburguesa, seguro que no has cenado. Le digo para animarlo un poco.
Mejor déjeme que le invite yo. Dice levantándose y mirándome a los ojos fijamente.
Escúchame hijo, cuando tengas barba invitarás, te lo prometo. Fredy hace un gesto conformista y acepta.
Un ligero sudor envuelve mi cuerpo; estoy en las inmediaciones de la casa de los Simpson; he vuelto corriendo, haciendo como que hago footing. Ahora me ducharé, comeré algo frío y me acuesto.
El alumbrado público delata la presencia de un coche patrulla. Vaya, tenemos una visita inoportuna. Compruebo que el revólver está en condiciones de ser usado. Me acerco andando a la puerta. Dos linternas delatan a los agentes, quienes afortunadamente aún no han alcanzado la edificación principal. Al pasar al lado del auto toco su capó, el fuerte calor que desprende me indica que los agentes acaban de llegar. Les silbo desde la puerta, me oyen y entrecruzan unas palabras que no puedo entender desde el sitio donde estoy.
Mira, ahí un tipo que nos silba, al lado del coche.
Puede que sea el dueño, preguntemos.
Los dos agentes se acercan al Carnicero enfundando sus armas.
Buenas noches agentes. ¿Puedo ayudarles en algo?. Les pregunto amablemente.
Vera amigo, estamos llamando a la casa y no contesta nadie, ¿sabe si vive alguien aquí?.
Nadie en absoluto, salvo yo mismo. Yo vivo aquí y como puede comprobar ahora mismo estaba haciendo un poco de footing. Ya sabe hay que cuidarse haciendo deporte, todos, todos los días.
Pues que contrariedad.
¿Hay algún problema agente?.
Bueno tenemos una localización... Una tal Alejandra Patrikssen, cocinera, que se supone que trabaja aquí. En tanto Juan dice eso, Jhon se sienta al volante y juega distraído con el equipo de radio. Cuando oye que el tipo del chandal está diciendo que debe de tratarse de una broma lo de la cocinera, aprovecha para dar la salida de servicio.
¿Podrá demostrar que es el dueño de la casa?. Ya sabe tenemos que presentar un informe.
Lo único que puedo darles es mi documentación, y el número de la agencia que me ha alquilado el chalet; estoy de paso, vine solo para asistir al Congreso, ya sabe.
El agente Juan acepta las explicaciones del Krant; se sienta en el vehículo, coge el libro de incidencias de la guantera... De pronto ve el negro cañón de un arma a la altura de su pecho.
Krant no pierde el tiempo y dispara el arma sucesivamente, hasta descargar las seis balas sobre los sorprendidos policías.
En la radio, Oscar 0 da el recibido al 26... Luego oye como hacen lo propio otros coches policiales.
Oscar 0, aquí el 22, fuera de servicio.
Oscar 0 recibido. Krant sonríe; luego pasa el cuerpo de Jhon a la parte de atrás.
Arranco el patrulla y me acerco al río Durango. Allí arropado por la intensa vegetación, dejo que el auto, con los dos fiambres dentro, se hunda en las oscuras aguas. Cuando por fin desaparece engullido por el ancho caudal, respiro más tranquilo; la suave y cálida brisa que todo lo envuelve en esta ciudad, seca mi frente. Pienso que ya está bien de emociones por hoy. Camino de vuelta a la casa.
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