Y con él llegó la desolación. Una llamativa cabecera para una terrible noticia. ¿Qué te parece comisario?. La voz de Manzano me recordó que los muertos se encontraban ahora a merced de los buitres carroñeros de la tele y la prensa.
No voy a maldecir delante de los cuerpos aún calientes de los chicos. No va a haber reportaje alguno de esta matanza, voy a ordenar que se os confisque todo el material gráfico. Manzano protesta recordándome nuestro trato, pero no puede impedir que, a mi orden, los muchachos empiecen a requisar carretes y vídeos. La consiguiente bronca con los periodistas se eleva de tono. Algunos chicos de la prensa amenazan enfurecidos con toda clase de denuncias. Esto es un atentado contra la libertad de prensa de la Primera Enmienda a la Constitución. Brama uno de la tele.
Me importa un huevo lo que diga la Constitución y la jodida Primera Enmienda, pero las imágenes que ustedes han grabado, son consideradas ahora mismo como pruebas de un hecho criminal, que ha costado la vida a muchos agentes de policía. Esto atenta contra la seguridad del Estado, quedan requisadas sin más protestas, o acaso me obligarán a detenerles por desacato a la autoridad. Aviso, corto el rollo y trato de entender las causas de la tragedia.
Los bomberos ya han sofocado el fuego; empiezan a desescombrar; empiezan a sacar los cuerpos sin vida de los soldados de Kolleman.
Afortunadamente sabemos cuanta gente hay enterrada entre cascotes y objetos de todo tipo. Me dice con cara apesadumbrada el capitán jefe de los bomberos. Le miro con cara de póquer y con un gesto, hago una vaga expresión de conformidad.
Unos treinta minutos después, los cadáveres de diez y nueve hombres, yacen alineados y tapados con grandes bolsas de negro plástico a lo largo de la ancha acera. Los gorriones, inopinadamente reinician su loco y alborotado trinar. El sol comienza a molestar con su rayos ardientes, como si no hubiésemos recibido un castigo suficiente, ahora hasta nuestro Dios parecía aliarse con el mismísimo Diablo.
El agente Joan se acercó a mí. En su cara la incredulidad era todo un poema. Sin duda, en su interior trataba de rebelarse contra los hechos, contra las consecuencias de estos que todos conocíamos, ahora la intuición se había convertido en dura realidad.
Con voz quebrada, Jonatan dice. No sé si darle las gracias.
No me las des. Te preguntarás ¿por qué te has librado de la muerte?. No debes hacerlo; en cualquier caso no era tu momento. Jonatan, con la cabeza baja y la mirada perdida, asintió con la cabeza hasta dar con su barbilla en el peto anti balas polvoriento que portaba.
Si quieres hacer algo por tus compañeros caídos, debes sobreponerte, mantenerte firme y sereno, y estar preparado y dispuesto...
Quiero que sigas conmigo; y escucha hijo, sé que ese asesino hijo de puta no va a tardar en caer en mis manos. Estoy plenamente convencido de que el y yo nos volveremos a ver. En ese momento, voy a necesitar que el mejor tirador selecto esté cerca cuando eso ocurra. Quiero que ese seas tú, y espero que cuando lo tengas dentro de tu mirilla no le des más opciones y acabes con su vida.
Cuente con ello señor comisario, lo haré por ellos... y por usted.
Cuando se han llevado a todos los muertos, consiento que me vea un médico. Me hace una pequeña cura y diagnostica.
Como se habrá dado cuenta se trata solo de un pequeño rasguño. Con la cura que le he hecho tendrá más que suficiente. Tuvo la suerte de su parte, comisario.
Gracias, pero ya le dije que era poca cosa.
Ya curado, me dirijo a donde están los hombres, que debajo de un árbol combaten el calor.
Iros a descansar un poco a casa. Ahora poco podemos hacer, solo esperar. Esperar de nuevo a que dé un paso en falso. Les doy libre hasta las siete de la tarde, después de ese breve reposo, volveremos a velar nuestras armas.
Cuando veo marchar a los muchachos puedo recuperar mi flema. Comienzo el camino de Jefatura, decido hacerlo a pie, andando. Paso al lado de una pequeña iglesia. Un enorme Cristo agoniza clavado en la cruz. Mira con ojos llenos de perdón por sus verdugos.
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