sábado, 23 de febrero de 2019

Capítulo 41º.



 Diez horas del viernes. Palacio de Congresos.
 Los muchachos han hecho un buen trabajo, creo que de momento todo está controlado. he mandado distribuir la foto robot del Carnicero entre todo el personal de seguridad; cuento con que Krant se crea aún que es irreconocible; claro que no es seguro que venga sin disfrazarse, lo que hará más difícil su identificación. En fin resignación; en cualquier caso, venga como venga, si se planta cerca de mí, espero reconocerlo, su mirada no se me olvidará mientras viva.
 De pronto me sorprende Delgado con un aviso inesperado, pero deseado.
 Comisario tiene visita, nuestra hermosa alcaldesa, Joan Roberts en persona. Noto una ligera guasa en las palabras del inspector, pero no puedo evitar darle un rapapolvo.
 Bueno. Le digo. ¿Y qué te pasa a ti, acaso es raro que me visite nuestra alcaldesa?.
 No claro comisario, ya se que son solo habladurías, je, je. Delgado desparece ante el amago que hago con el cenicero de mármol que sostengo con la mano. Me levanto cuando Joan aparece por la puerta.
 Buenos días, Ricardo.
 Buenos días, Joan... Adelante por favor.
 Gracias. Responde con su cautivadora sonrisa.
 Supongo que vienes a asegurarte de que todo marcha bien. Me aproximo a su vera.
 Aciertas a medias... ¿Sabes?. Me tienes muy preocupada. Me dice en un suave tono, íntimo, mientras nuestros cuerpos se aproximan un poco más. Toco sus manos y sonrío halagado, se lo hago saber, le explico que he perdido la costumbre de que alguien se preocupe por mi.
 Pues tendrás que acostumbrarte. Sugiere, cálida, sobre mi mejilla.
 Joan... Eres una mujer adorable e increíble, y me encanta que te preocupes por mi... Pero cuando me acostumbre a ello, y no dudes de que así será, luego querré siempre más.
 Ya hablaremos de ese más. Me turbó con sus brazos y depositó un suave beso en la comisura de mis labios. Cuídate, te quiero. Hizo un amago de irse; la tomé del brazo y apretándola sin violencia contra mi pecho, le devolví el beso, eso si, más intenso y comprometedor.
 Afuera los muchachos del equipo, sin quererlo eran testigos y se alegraban.

 Once horas del viernes. Inmediaciones del Palacio.
 Ha llegado el momento de la verdad. Apuro el café, amargo para la ocasión y mantener alerta todos mis sentidos, pago la cuenta y abandono el bar.
 En la calle el aire algo caliente ya, abofetea mi cara con el contraste; un ligero escalofrío me recorre de arriba a abajo y viceversa. Me ajusto el sombrero y compruebo que los pliegues del traje no delatan lo que oculto.
 La explanada de acceso se encuentra repleta de gente, hay hasta mamás con sus vástagos . Los críos juegan completamente ajenos a lo que ocurre a su alrededor. krant pasa al lado de un grupo de niñas que juegan al corro de la patata, y luego esquiva a cuatro críos que persiguen a un quinto disparando entre ellos con armas de juguete. Con una hipócrita sonrisa suelta un taco en ruso. Un par de palomas, en vuelo rasante, pasan a su lado. El calor aprieta.
 Empiezo a subir las escalinatas; la masa de gente que camina en la misma dirección se hace más compacta; me coloco visiblemente la acreditación de prensa. Hay muchos policías, de paisano y de uniforme,  que mezclados entre la gente, los primeros, tratan de pasar inadvertidos. Reconozco a algún que otro tipo de la CIA; también los hay del Mossad, del M1 británico y como no rusos del maldito KGB. Paso despreocupado ante ellos sé que nadie puede reconocerme, la cirugía estética y mi alergia a las cámaras fotográficas contribuyen decididamente a que eso sea así. En cualquier caso, esto apesta a perros.
 Me voy desplazando hacia el centro del hall, puedo ver los arcos de seguridad puestos en cada pocos metros y partiendo claramente en dos el enorme espacio que hace las veces de recibidor. También puedo ver que tienen compañía canina; no importa, los putos chuchos ni se percatarán de lo que porto. Mantengo calma absoluta mientras me voy acercando a uno de los arcos centrales, justo el que está más repleto. Me pego a una impresionante rubia, si es preciso me servirá de rehén; no conozco a ningún poli que sea capaz de disparar contra un bombón así.
 Han tomado muchas precauciones, hay por doquier visibles medidas de seguridad, aunque no les va a servir de nada. El colocar las bombas solo unos minutos antes de que estallen, tiene muchas ventajas, puedes aprovechar la confusión y el terror de la masa para escapar impunemente; la única dificultad estriba en dejar las bombas sin ser descubierto, y para eso solo preciso de mi talento natural.
 Ya estoy ante el arco de seguridad; en la espera he trabado una ligera conversación de cola con la rubia, que por cierto es colega periodista; el caso es que le he pedido que haga de Cicerone, puesto que es mi primer viaje a América y nunca he estado en este Palacio. Ella ha aceptado encantada. Ha sido una buena idea, pues están filtrando a los visitantes uno a uno, seguramente para un reconocimiento por expertos a través de algún circuito cerrado de televisión. El caso es que cada persona es aislada del resto, y ese es un momento delicado de indefensión, jodido. A partir de los arcos de detección y hasta el mostrador de información que hay enfrente, median unos treinta metros, treinta metros que serían insalvables en caso de problemas. Afortunadamente esa distancia se reduce gracias a los cientos de personas que se van acumulando apenas a cuatro metros, y entre ellos la rubia que me espera muy cerca y sonriente.

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